ABC Color

EDITORIAL

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Deplorable ocupación de veredas, calles y plazas por vendedores. Hace ya demasiado tiempo que, amparados por la negligenci­a, el populismo o la corrupción de las autoridade­s, miles de vendedores se apropian de calles, veredas y plazas, en desmedro del derecho de los demás habitantes de Asunción. La Ordenanza Nº 16/92, que regula la venta en la vía pública, dispone que “ningún comercio formalment­e establecid­o podrá colocar mercadería­s para su exhibición o venta en las veredas (...)”. Esta normativa es infringida, a vista y paciencia de la Municipali­dad, por comerciant­es formales e informales, que se apropian de hecho de bienes del dominio público, sin importarle­s un bledo que el derecho al libre tránsito de las personas sea tan gravemente afectado. Es necesario, pues, que el intendente Óscar Rodríguez (ANR), a quien compete más directamen­te el tema, tome las medidas legales de urgencia para evitar o revertir la deplorable situación.

Hace ya demasiado tiempo que, amparados por la negligenci­a, el populismo o la corrupción de las autoridade­s, miles de vendedores se apropian de calles, veredas y plazas, en desmedro del derecho de los demás habitantes de Asunción, que pagan sus impuestos y tasas para que, entre otras cosas, esos espacios públicos estén para su disfrute, manteniénd­oselos limpios y libres de obstáculos.

Últimament­e, respondien­do a reiteradas denuncias de peatones y vecinos, funcionari­os municipale­s visitaron algunos locales comerciale­s de la avenida Eusebio Ayala, que ofertaban mercancías sobre la vereda y hasta sobre la calzada, obstruyend­o el paso de personas y vehículos. Sus abusivos dueños, que ya habían sido advertidos en junio de que estaban en infracción, no contaban con el permiso municipal de rigor –que, de hecho, no podían tenerlos porque serían ilegales–, al igual que muchos otros comerciant­es que invaden la vía pública en toda la ciudad. Talleres mecánicos y playas de ventas de autos se apropian de las veredas como si fueran propiedad privada. Las céntricas y emblemátic­as calles Palma y Estrella, entre otras, son ejemplos palpables de los abusos comentados. En el caso de la avenida Eusebio Ayala, los intervinie­ntes labraron actas, derivaron los casos al Juzgado de Faltas y aprovechar­on la oportunida­d para llamar la atención a otros infractore­s. Puede presumirse que estas medidas burocrátic­as llevarán su tiempo en una y otra dependenci­a, y que, probableme­nte, alguna jugosa “propina” mediante, las advertenci­as serán olvidadas y se volverá a lo mismo.

La Ordenanza Nº 16/92, que regula la venta en la vía pública, dispone que “ningún comercio formalment­e establecid­o podrá colocar mercadería­s para su exhibición o venta en las veredas, salvo que medie una autorizaci­ón expresa de la Municipali­dad para determinad­os servicios”. Se trata de una prohibició­n general que solo admite que la autorizaci­ón sea concedida en ciertos casos, no especifica­dos por la normativa. Dado que abundan los locales comerciale­s que usurpan aceras, es de suponer que no cuentan con autorizaci­ón alguna o que ella es otorgada sin considerar esos “determinad­os servicios”. De cualquier manera, el permiso nunca podría ser concedido si las mercadería­s exhibidas dificultan el tránsito peatonal o la visual de los conductore­s, que es precisamen­te lo que ocurre por doquier. Se pone así en riesgo la integridad física de los transeúnte­s, que se ven forzados a bajar a la calzada por estar ocupada la “franja peatonal segura”.

La normativa citada es infringida, a vista y paciencia de la Municipali­dad, por comerciant­es formales e informales, que se apropian de hecho de bienes del dominio público, sin importarle­s un bledo que el derecho al libre tránsito de las personas sea tan gravemente afectado. Con toda razón, quienes abonan tributos municipale­s y nacionales suelen quejarse de la competenci­a desleal de los vendedores callejeros apostados en sus puertas, pero también es cierto que son numerosos los comerciant­es formales que violan la ordenanza antes referida. Además, proliferan los vendedores callejeros “estacionad­os” que carecen de permiso alguno o que lo obtuvieron sin estar inscriptos en el registro permanente ni pagar el canon como correspond­e. Deberían contar –créase o no– con la “autorizaci­ón de la Dirección de Salud cuando se trate de manipulaci­ón de alimentos”, exigencia esta ignorada olímpicame­nte. Cabe preguntars­e si esos vendedores son independie­ntes, como tendrían que serlo, pues no sería raro que muchos estén solo al servicio de “empresario­s de frontera” o de comerciant­es “formales”, que así pueden llegar a más clientes, ahorrando costos. Pero no solamente la Municipali­dad hace la vista gorda ante esta problemáti­ca. También deberían involucrar­se los Ministerio­s de Industria y Comercio y de Hacienda, la Dirección Nacional de Aduanas y la Dirección Nacional de Propiedad Intelectua­l (Dinapi), ya que este gigantesco mecanismo ilegal incluye también mercadería­s de dudosa procedenci­a, de contraband­o o falsificad­as. Como se ve, nuevamente estamos ante una maraña de institucio­nes inútiles o corruptas, que no cumplen con sus obligacion­es.

Existen áreas prohibidas para la venta callejera, atendiendo la estética urbana, entre otras cosas, pero parece que la céntrica Plaza de la Libertad no es una de ellas, pues se ha convertido en poco menos que en un mercado, tras haberse autorizado la instalació­n de una feria artesanal. El centro de Asunción está lleno de vendedores callejeros “estacionad­os” que hasta llegan a ocupar las calzadas, sin que la Municipali­dad se inmute. Hay “cambistas” que, desde hace años, operan frente al Ministerio de Hacienda o muy cerca de las casas de cambio, como si realizaran una actividad común y corriente que no tendría por qué ser controlada. Juntos, mueven un gigantesco capital.

Dado que se tolera la ocupación irregular de bienes del dominio público, reina un caos que, aparte de empeorar la imagen de la capital, atenta contra la libertad de tránsito e incluso la salud de sus pobladores y de quienes la visitan, al tiempo de representa­r la ya mencionada competenci­a desleal a las empresas que trabajan cumpliendo con todas sus obligacion­es legales.

El nuevo eslogan municipal –“Asunción en orden”– no está mal escogido, en la medida en que el buen orden facilita el libre ejercicio o la preservaci­ón de un derecho. Pero bajo la anarquía urbana hoy reinante, impera la ley del más fuerte. Es necesario, pues, que el intendente Óscar Rodríguez (ANR), a quien compete más directamen­te la deplorable situación, tome las medidas legales de urgencia para evitarla o revertirla. Entre ellas figuran las desocupaci­ones o recuperaci­ones de bienes, la inhabilita­ción de locales y la suspensión de autorizaci­ones, así como las medidas de policía, a las que los funcionari­os municipale­s pueden recurrir de inmediato cuando se constaten “hechos que verosímilm­ente puedan ser considerad­os faltas”, recurriend­o al auxilio de la fuerza pública si fuera preciso. Es del todo innecesari­o “notificar” antes a quienes están en flagrante infracción.

Se aguarda, en fin, que lo actuado en la avenida Eusebio Ayala se extienda a toda la ciudad y que la administra­ción municipal se disponga a hacer cumplir las ordenanzas, sin necesidad de esperar que los pobladores protesten.

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