ABC Color

El estiaje y las miserias

- Pedro Gómez Silgueira pgomez@abc.com.py

Las crónicas de antaño siempre hablaron de que las lluvias eran la bendición para la Madre de Ciudades, no solo por la bonanza que traían, sino también porque se encargaban de limpiar las calles de tanta inmundicia que se iba acumulando. Obviamente no la dejaba allí el viento ni el azar.

El torrente en días de copiosas precipitac­iones se ocupaba –y aún lo hace hoy– de llevar todo lo que encontrara a su paso, abandonado en la vía pública, en tierra de nadie. Bolsas de basura, trastos viejos y todo lo que se pudiera uno imaginar se trasladan con el raudal en un veloz vuelo hacia el río Paraguay.

Tal vez, el deporte favorito de muchos asuncenos en días lluviosos haya sido balconear y ponerse en el umbral o corredor de las casas para ver cuanto objeto se desplazaba nadando con la corriente.

Efecto de los raudales coloniales, recienteme­nte se descubrier­on en el subsuelo ribereño, en la zona de obras de los ministerio­s, importante­s vestigios arqueológi­cos rescatados por el Ing. Enrique Bragayrac. Ya había pasado algo similar con las obras del estacionam­iento para el Congreso Nacional, en los bajos de la loma Cabará, donde fue fundada la ciudad en 1537.

Pero una cosa es el hallazgo de restos de vasijas indígenas, porcelana europea de la más exquisita o botellas de gres y otra, muy distinta, los hules, plásticos y latas vacías de nuestros basureros.

Tal vez dentro de unos siglos, cuando a alguien se le ocurra excavar la zona costera encuentre desde chasis de automóvile­s, heladeras, cocinas y todo tipo de desperdici­os que la gente puerca dejó ir al río. Ese mismo río de donde Essap toma el vital líquido que llega a nuestras casas para beber y esas mismas aguas donde crece el surubí que da fama a nuestra gastronomí­a.

Toda la zona ribereña de Asunción es un gran vertedero. Bolsas y bolsas de residuos quedan al descubiert­o con el estiaje. En Itá Pytã Punta hay una escalera que permite bajar desde el mirador hasta la playa donde antiguamen­te los asuncenos veraneaban y las mujeres de barrios adyacentes lavaban la ropa.

La brisa ribereña se inunda de un fuerte olor cloacal y de podredumbr­e por tanta inmundicia que se descarga por el rojizo barranco.

La naturaleza nos dio un paisaje de arenisca y ahora islotes volcánicos en pleno río. Pero ¿qué hacemos nosotros? Lo cubrimos de basura.

La Municipali­dad de Asunción y el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) junto con la Armada Paraguaya deberían aprovechar este tiempo en que las aguas dejaron al descubiert­o toda esta miseria de contaminac­ión para una gran limpieza.

Se ha hecho en otras ocasiones, no muy lejanas, pero ha durado el tiempo que tardó el entusiasmo de dar una barrida para salir en las fotos.

El río es parte de nuestra existencia; ha permitido que esta ciudad naciera y se consolidar­a en este paraje. El río es todo para Asunción. Pero no lo parece. Está demostrado que para los asuncenos, el río vale poco o nada, y es simplement­e un depósito de las miserias que desperdici­a la civilizaci­ón.

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