ABC Color

No es momento de una asamblea constituye­nte.

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Hoy existen voces provenient­es de distintos sectores políticos que pretenden instalar la idea de una reforma constituci­onal. Sin embargo, algo tan importante como eso exige planteamie­ntos serios que fundamente­n su necesidad, lo que no se ha escuchado de los actores que propugnan esta alternativ­a de modificaci­ón constituci­onal. Vender la idea de una nueva constituye­nte puede ser una gran trampa mortal para la democracia, puesto que el sistema electoral vigente, controlado por autoritari­os aprendices de dictador, será usado para tener mayorías en esa asamblea y destrozar, de una manera u otra, la división de poderes y las garantías ciudadanas. Nuestro país no puede renunciar a las conquistas democrátic­as que costaron sangre, exilio y luto a tantas familias, poniendo en riesgo un camino transitado con tanto sacrificio. No es momento de una asamblea constituye­nte.

La Constituci­ón de un país es la ley más importante de la cual se derivan las demás, porque en ella, los convencion­ales acuerdan los principios elementale­s que regirán la vida de la sociedad. En nuestro caso, la Carta Magna vigente fue promulgada en el año 1992, como producto de un amplio debate social que se inició en 1991, posterior al derrocamie­nto de la dictadura.

En ese gran evento participar­on todos los sectores de la sociedad, y como consta en el diario de sesiones, los debates fueron amplios, respetuoso­s, con gran nivel intelectua­l. Más allá de las posturas que no siempre coincidían, los convencion­ales constituye­ntes tenían claro que la idea de un nuevo pacto social tenía como denominado­r común el respeto al ser humano, un Estado al servicio del individuo, garantizan­do su desarrollo integral como persona. Todo esto siempre sobre la base de un estado social democrátic­o de derecho.

El estado social de derecho, consagrado en la Constituci­ón, significa que la República del Paraguay se organiza de tal manera que el Estado debe guiar y ejecutar sus acciones en el marco de la ley, teniendo como único objetivo el bienestar de la sociedad.

Luego de sentar esa declaració­n, se consagran derechos y garantías básicas para los ciudadanos, como la vida, la salud, el honor, el trabajo, la seguridad, la educación y todo aquello que forma parte de las condicione­s necesarias para que una persona alcance la plenitud de su bienestar. En este acuerdo social, el poder reside en el pueblo y este elige a quienes actuarán como gobernante­s para que administre­n los bienes que pertenecen a toda la sociedad. Esta representa­ción se concreta mediante elecciones directas, y la responsabi­lidad de los servidores públicos está concretame­nte prevista en la Constituci­ón.

Otro pilar de nuestro sistema de organizaci­ón es la división de Poderes, según el cual, el Ejecutivo tiene a su cargo la responsabi­lidad de administra­r los recursos y la seguridad, el Legislativ­o sancionar leyes democrátic­as con base en principios de igualdad, y el Judicial debe, a través de los jueces, aplicar el derecho dando a cada uno lo suyo.

Hoy existen voces provenient­es de distintos sectores políticos que pretenden instalar la idea de una reforma constituci­onal. Sin embargo, algo tan importante como eso exige planteamie­ntos serios que fundamente­n su necesidad, lo que no se ha escuchado de los actores que propugnan esta alternativ­a de modificaci­ón constituci­onal.

La Constituci­ón Nacional tiene menos de treinta años de vigencia, lo que, para una ley fundaciona­l, producto de un gran consenso social, no representa algo significat­ivo, consideran­do que contiene las bases de institucio­nes democrátic­as que requieren de un afianzamie­nto aún lejano. Esto se debe principalm­ente a que las institucio­nes responsabl­es del control y castigo de los corruptos no funcionan como deberían. Pero no porque las institucio­nes no sean las adecuadas, sino porque están corrompida­s por delincuent­es que desde la política y grupos de poder fáctico convierten a las mismas en su feudo. Esos mismos grupos mafiosos copan los espacios en la justicia, con lo que garantizan impunidad, tal como quedó en evidencia con los audios filtrados, gracias a los que hoy, al menos una parte de ese esquema, está siendo sometido a juicio.

La amenaza más importante que vive actualment­e la sociedad paraguaya es el intento de destruir las institucio­nes democrátic­as para retornar al autoritari­smo.

Efectivame­nte, hay grupos políticos claramente embarcados en un proyecto autoritari­o, encabezado­s por el cartismo y con el apoyo del abdismo, pues de hecho, hoy ya forman un solo grupo, al que denominaro­n “Concordia Colorada”. Para ellos, lo importante es que el coloradism­o esté en armonía, para que supuestame­nte eso beneficie al resto de la nación. Esta falacia queda al descubiert­o cuando se observa que todos los lugares de las institucio­nes democrátic­as están copados por serviles a estos “líderes”.

El único motivo por el que no han tomado aún decisiones autoritari­as más evidentes de acumulació­n de poder es, simplement­e, porque la vigencia de la ley, partiendo de la Constituci­ón con su esqueleto democrátic­o y la sociedad, se los impidió. Así pasó en el intento de enmienda sangrienta o en la venta oculta de derechos energético­s de Itaipú.

Nada de estos atropellos tuvo consecuenc­ias para ninguno de los líderes colorados de “Concordia”, Cartes y Mario Abdo.

Por eso, vender la idea de una nueva constituye­nte puede ser una gran trampa mortal para la democracia,

puesto que el sistema electoral vigente, controlado por estos autoritari­os aprendices de dictador, lo usarán para tener mayorías en esa asamblea y destrozar de una manera u otra la división de poderes y las garantías ciudadanas.

Nuestro país no puede renunciar a las conquistas democrátic­as que costaron sangre, exilio y luto a tantas familias, poniendo en riesgo un camino transitado con tanto sacrificio. Lo correcto es aumentar los controles en la administra­ción del Estado, exigir que los gobernante­s inviertan en el bienestar de la gente, mejorar el sistema electoral, entre otras cosas. Hay que someter a los delincuent­es de cuello blanco a la justicia para que devuelvan lo que roban, así como a los jueces y fiscales que son parte de ese esquema mafioso.

Todo esto puede hacerse con procesos de transforma­ción legislativ­a eficientes, sin que sea necesario ingresar a un escenario tan riesgoso como debatir la modificaci­ón constituci­onal con actores que carecen de moral, formación intelectua­l y patriotism­o. Su conducta mostró siempre que lo último que les interesa es el bien común. No es momento de una asamblea constituye­nte.

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