Reconciliar a Estados Unidos
Tras permanecer cuatro días en vilo, finalmente los estadounidenses pudieron conocer quién los gobernará por los próximos 4 años: Joe Biden, demócrata y exvicepresidente de Barack Obama.
Fueron los comicios de las décimas o las mínimas de diferencia a juzgar por los resultados parciales. Y ni qué decir de la elevada participación.
Honestamente, creí que ganaba Donald Trump, que por cierto se convierte en el quinto presidente en ejercicio en no ser reelegido.
Fue derrotado no porque haya sido un mal administrador, sino porque terminó siendo víctima de su propia brabuconada, que para muchos resultaba hasta políticamente incorrecta. En su afán del “yo primero” (así con acento narcisista) sus buenas obras acabaron en segundo o tercer plano. Hay quienes culpan a la prensa de no difundirlas. Pero esa es materia para un próximo y largo debate. ¿No le parece?
Trump cumplió la mayoría de las promesas de campaña hechas en 2016 cuando se enfrentó y ganó a la exsecretaria de Estado y política demócrata Hillary Clinton para convertirse en el 45º presidente de EE.UU.
Le cito algunas en el plano de las relaciones con el mundo: retiró a EE.UU. del pacto nuclear con Irán y del Acuerdo de París sobre el clima; renegoció los tratados comerciales con México y Canadá -antes TLCan- en busca de mayores ventajas para su país; inició los trámites para la extensión de muros con México (los primeros kilómetros fueron construidos durante el gobierno del demócrata Bill Clinton sin mucha parafernalia, como sí le gusta a Trump) para combatir el ingreso ilegal y no por “racista”. Lo mismo que su política de seguridad nacional con respecto al ingreso de posibles terroristas.
Prometió a soldados estadounidenses retirarlos de las guerras en las que -francamente- EE.UU. nada tenía que hacer. Y lo hizo.
Como guinda: no podemos olvidar la gran batalla comercial iniciada con la República Popular de China (comunista) y sus artimañas silenciosas para arrebatarle el liderazgo mundial. Si fueron decisiones buenas o malas, ya es otra discusión.
Pero... de nada sirven las buenas obras cuando son mal comunicadas.
Biden obtuvo la llave para ingresar a la Casa Blanca tras ganar el apoyo de los estados clave en los que incluso su rival electoral había encabezado preliminarmente en el conteo de votos. Terminaron con números ajustados.
No es que Biden sea mejor y que por eso lo hayan votado: estaban hartos de la polarización.
Toda jornada eleccionaria, aun cuando se trata de la primera potencia mundial y un país que marca la agenda global con sus decisiones -incluso en Paraguay-, deja algunas lecciones que aprender.
Ser potencia no solo consiste en la capacidad bélica o económica, sino en la solidez del sistema democrático, en este caso orgullo de los estadounidenses. Y unas campañas confrontacionales que promueven el fanatismo y la división culminan con una polarización muy dañina.
Acaban, como lo podemos ver en los comicios estadounidenses, en la generación de rechazo en el ánimo de los ciudadanos. Un discurso agresivo y altanero termina causando un efecto bumerán y a la hora de votar la gente lo hace en contra.
Fue negativo que el presidente en ejercicio haya denunciado una supuesta amenaza de fraude durante las elecciones, cuando la gran fortaleza precisamente de Estados Unidos son sus sólidas instituciones y la madurez democrática de los estados, que optan por cambiar de signo si fuere necesario ante el indicio de una radicalización, que podría afectar sus intereses.
El populismo desde cualquier signo eleva el entusiasmo electoral y el nacionalismo, pero polariza a la sociedad. Un punto ineludible para Joe Biden que tendrá como principal desafío es reconciliar a los estadounidenses, que se expresó dividida en las urnas.
Para ello tendrá que encontrar algo en común para unirlos. Posiblemente, un buen inicio sea la reactivación económica.