Un entreguista en Industria y Comercio.
No puede ser que en casi ocho millones de habitantes el Presidente del Paraguay no encuentre profesionales paraguayos y paraguayas leales, capaces, íntegros, de intachable conducta y renovados compromisos, aptos para ocupar cargos en su gabinete. La decisión de volver a nombrar como ministro de Industria y Comercio a Luis Castiglioni, quien fracasó como ministro de Relaciones Exteriores no solo es inaceptable, sino que indigna: es una afrenta para la ciudadanía instalar de nuevo en un alto cargo a quien fue parte del engranaje que casi regaló una valiosa riqueza de nuestro país a los brasileños mediante un Acuerdo secreto, entreguista y legionario vinculado a la entidad binacional Itaipú. Los protagonistas de aquel entuerto no solamente ofrecieron en bandeja la soberanía del país al Brasil sino que, además, entregaron la autoridad y la independencia de Mario Abdo Benítez y la pusieron en las manos y a merced de los antojos de su correligionario Horacio Cartes. Desde aquel día, la pusilanimidad de uno y la perversidad del otro corren por un mismo derrotero.
No puede ser que en casi ocho millones de habitantes el Presidente del Paraguay no encuentre profesionales paraguayos y paraguayas leales, capaces, íntegros, de intachable conducta y renovados compromisos, aptos para ocupar cargos en su gabinete. La decisión de volver a nombrar como ministro de Industria y Comercio a Luis Castiglioni, quien fracasó como ministro de Relaciones Exteriores no solo es inaceptable, sino que indigna: es una afrenta para la ciudadanía instalar de nuevo en un alto cargo a quien fue parte del engranaje que casi regaló una valiosa riqueza de nuestro país a los brasileños mediante un Acuerdo secreto, entreguista y legionario vinculado a la entidad binacional Itaipú. Los protagonistas de aquel entuerto no solamente ofrecieron en bandeja la soberanía del país al Brasil sino que, además, entregaron la autoridad y la independencia de Mario Abdo Benítez y la pusieron en las manos y a merced de los antojos de su correligionario Horacio Cartes. Desde aquel día, la pusilanimidad de uno y la perversidad del otro corren por un mismo derrotero.
En todo este tiempo, Luis Alberto Castiglioni –entonces canciller de la República– dijo que no sabía lo que estaba pasando con las negociaciones diplomáticas, lo cual lo hace más indigno aún para cualquier cargo. Si el encargado de diseñar políticas y relaciones internacionales ignoraba lo que hacían sus subordinados con la soberanía paraguaya, no es merecedor de quedar a cargo ni siquiera de la custodia de la integridad de un gallinero. No puede ser premiado con una segunda oportunidad quien trajo tan funestas consecuencias en la primera. El Paraguay no es una empresa privada en la que Marito –o quien le manda– puede hacer lo que quiere.
Si es cierto que no sabía lo que pasaba, asume que el acuerdo era tan pero tan secreto que ni él estaba enterado; vivía en el limbo y tenía una paupérrima autoridad para supervisar, vigilar, encabezar y orientar negociaciones internacionales que estaban siendo instrumentadas por subordinados y asesores de cuarta línea. En juego estaba la soberanía paraguaya traducida en valiosos ingresos provenientes de la venta de energía eléctrica. Enfrente, la voracidad de empresas brasileñas que querían hacer negocios entre gallos y medianoche con políticos y autoridades locales, mientras se comprometían los recursos de la ANDE y se consumaban tarifas que tarde o temprano la población paraguaya iba a financiar con feroces aumentos. Y si Castiglioni sabía lo que pasaba, y pese a ello dejó que transcurrieran y se consumaran los términos de la traición que luego se conocieron, el excanciller también debería ser investigado por la inoperante fiscalía paraguaya, la misma que hasta hoy día nada encontró pese a la viralización de todos los WhatsApps de Joselo, de Hugo Saguier Caballero, de José Alberto Alderete, del vicepresidente Hugo Velázquez y del propio Mario Abdo Benítez. El negociado no se frenó por el patriotismo de NINGUNO de los nombrados, sino por la denuncia y renuncia patriótica de los ingenieros Pedro Ferreira y Fabián Cáceres Cadogan.
Si el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, no hubiera socorrido a Marito dando órdenes de hacer borrón y cuenta nueva, el Acuerdo secreto que ya estaba firmado hubiera consumado un juicio político para el jefe de Estado paraguayo que fue anunciado por redes sociales por los voceros del cartismo. Unos pases mágicos de un par de correligionarios, acuerdos, pactos y conciliábulos secretos sostuvieron con escarbadientes la endeble estantería presidencial, y nuevamente vía redes sociales, otros cartistas desconvocaron el anunciado juicio político. Le perdonaron el cargo al Presidente de la República a cambio de iniciar un secuestro de su autoridad que todavía hoy perdura para desgracia de todos. Desde ese aciago día, el Presidente de la República permanece bajo la voluntad del cartismo, al que le debe todos los santos y las velas de sobrevivir en el cargo. Y desde ese día, bajo el nombre de “Operación cicatriz”, vive tragando sapos y entregando autoridad, regalando condescendencia y haciendo pactos que benefician a los mismos de siempre. Todo aquello que prometió en campaña electoral se ha ido con el mismo tufo que llevan las aguas cloacales.
El Ministerio de Industria y Comercio (MIC) perdió ayer a Liz Cramer, una de las pocas profesionales técnicas que estaban en el gabinete actual. La exministra y nueva consejera de Itaipú tuvo que admitir que ella no renunció ni pidió dejar el cargo, lo que es igual a ser destituida aunque la mantengan en otro lugar y con mejor salario. En el tiempo que estuvo, cerró acuerdos importantes como el de autopartes a nivel internacional y apagó varios incendios; de hecho fue una de las primeras en reaccionar con propuestas en medio de la pandemia. Cramer tendrá ahora el desafío de participar del rediseño del acuerdo de Itaipú; está obligada a ser parte de la planificación, propuestas, proyectos y desafíos para renegociar con Brasil un acuerdo justo para el Paraguay.
Liz Cramer se va y Marito contrató un recurso humano fallido para reemplazarla. Le gustan los carruajes y entregarse a sus enemigos. Debe haber alguna extraña ensoñación, brujería o magia que lo devuelve una y otra vez a los errores que comete, a esos andares donde viven haciéndole jaque, y encima parece que lo disfruta. Al paso que vamos, a nadie debe extrañarle que siga resucitando muertos, que continúe devolviendo cargos a aquellos a los cuales él mismo ha destituido. Que dentro de poco vuelvan los que se fueron por inconductas, que siga haciendo de su Gobierno una eterna calesita donde en cada vuelta baja uno y vuelve a subir otro para seguir girando. Quizá sea hora de asumir que el Presidente del Paraguay padece el síndrome de Estocolmo: cada vez está más identificado con su otrora rival y correligionario Horacio Cartes. Está cada vez más comprensivo con su enemigo acérrimo –a quien una vez consideró “el mayor contrabandista que tiene el Paraguay”– e incluso más benevolente: con la salida de Castiglioni hasta entregó un voto más en el Senado a los cartistas. Más entreguista, más concesivo y cada vez más lejos de las promesas que hizo en campaña electoral.