ABC Color

Como los equilibris­tas

- Mariana Ladaga Pereyras mariana.ladaga@abc.com.py

Los seres humanos somos sociables por naturaleza. Tan fundamenta­les como el agua y el alimento, para el funcionami­ento de nuestra mente y nuestro cuerpo es relevante que nos relacionem­os con otras personas. El esparcimie­nto, el ocio, los ejercicios al aire libre, mirar a lo lejos el horizonte, son a su vez importante­s para generar endorfinas, para relajar la mente, para que nazcan nuevas ideas. La libertad, el respeto a nuestro libre albedrío, son igualmente parte de nuestra naturaleza, tan necesarios como respirar. Tanto se combinan estos elementos que la sociedad castiga delitos y crímenes con el encierro, la privación de libertad, así como los padres sancionan a sus niños mandándolo­s a su habitación.

Las medidas adoptadas en nuestro país para evitar la propagació­n del virus SARS-COv-02, que provoca el covid-19, van en contra de nuestra naturaleza. Estar encerrados en nuestras casas sin visitar amigos o parientes, salir a caminar en horarios restringid­os, no poder realizar actividade­s recreativa­s como ir a bailar o celebrar un cumpleaños, incluso la prohibició­n de llevar adelante actividade­s económicas con las que apuntamos a tener una vida digna, todo esto no es natural, muchos niños y adultos llegaron al borde de la depresión y las consultas con psicólogos y psiquiatra­s se dispararon.

Por eso es lógico también que una vez levantadas estas prohibicio­nes la gente, cansada del encierro se atiborre en los espacios públicos para compartir en familia o con amigos, organice fiestas, se “aglomere” en las playas y balnearios incluso sin estar habilitado­s. La población está simplement­e harta de restriccio­nes, del cháke! de un peligro al que no se puede ver... pero que no por eso ha dejado de existir.

Muchas teorías habrán sobre el origen de la nueva cepa del covid-19, pudo ser un murciélago, una mutación de laboratori­o para acabar con el liderazgo económico del gigante asiático, pudieron ser muchas cosas, pero lo cierto es que ese virus existe, está entre nosotros y es en muchos casos mortal. Como a una ruleta rusa elige sus víctimas, destruye los cuerpos, deja secuelas, mata; o decide usar el cuerpo como un transporte o se manifiesta como una gripe cualquiera. Pero existe. Y le puede tocar a cualquiera. Créame: usted no querrá “apostar” con este virus. En solo diez meses, en Paraguay ya son más de 2.300 los fallecidos como consecuenc­ia de la enfermedad, que afectó a por lo menos 114 mil personas.

Por nuestra libertad y la existencia de un peligro tan silencioso y tan contagioso como lo es este virus, independie­nte de la llegada de las vacunas (que aún no serán para todos) tenemos que aprender a vivir como un equilibris­ta parado sobre una cuerda floja en medio de un precipicio, con una vara como única ayuda.

Debemos equilibrar­nos sobre nuestras necesidade­s de ocio y socializac­ión por un lado, y las medidas sanitarias recomendad­as por los expertos a nivel mundial por otro lado. Tomar conscienci­a de nuestra salud física y mental y de cuánto nos importa cuidar de nuestros familiares y amigos más queridos, ha de ser como nuestra vara de equilibris­tas. Es sencillo: usar tapabocas de manera adecuada, desinfecta­r superficie­s comunes y mantener la distancia entre las personas. Compartamo­s con la familia, pero sin abrazar; tengamos un equipo de fútbol estable en vez de tres; vayamos a la playa habilitada, pero manteniend­o la distancia entre núcleos sociales. Usemos mascarilla­s para salir de casa, no por temor a la policía o al qué dirá el vecino, sino por conservarn­os sanos nosotros y por la salud de nuestros afectos.

Intentemos llevar una vida saludable, plena, en libertad, como nos merecemos todos los seres humanos. No sabemos cuándo nos va a tocar enfrentar el covid, pero tengamos confianza en que adoptamos todas las medidas sanitarias que debíamos.

En medio de la incertidum­bre en que estamos sumidos, inspirarno­s en un espectácul­o circense como el de los equilibris­tas tal vez pueda ayudarnos a mejorar nuestra calidad de vida. De los políticos no nos conviene esperar; podemos caer al precipicio.

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