La red de Cartes
Estamos de nuevo ante un intento de reelección de Horacio Cartes, el segundo pero no el último, ahora por la vía de una Convención Nacional Constituyente, que sus cómplices pretenden convocar con las excusas de mejorar la Justicia y profundizar la descentralización.
Suena demasiado bien, demasiado atractivo. Pero se trata de una tentación simplemente, que oculta el veneno de la reelección y que desconoce qué es una Constitución.
Una Constitución, decía Fernando Lasalle, es un delicado, precario, y precioso equilibrio alcanzado por los factores de poder y el pueblo que establece un modo de convivencia mutuamente aceptable. Una Constitución no funciona si no tiene eso, solo funciona si tiene eso y no se logra en cualquier momento, sino en esos momentos únicos de la Historia de las comunidades en que ellas logran ese mínimo consenso.
Las decenas o los centenares de Constituciones de América Latina, África, Asia y Europa demuestran y confirman lo sostenido por Lasalle: No es cierto que redactar una Constitución haga funcional a una Constitución;
el momento del consenso y del compromiso lo hacen, y nada más.
Por eso funcionó hasta ahora la Constitución de Estados Unidos, que no sé si seguirá funcionando en lo sucesivo pues ya no hay consenso en el país del norte, y por eso muy pocas Constituciones merecen ese nombre, entre ellas la nuestra, que funciona porque se redactó en aquel momento único de nuestra Historia.
Nuestra Constitución contiene muchas cosas que disgustan a unos por esto, a otros por aquello, pero establece el delicado equilibrio entre los factores de poder y el pueblo que la hacen funcional y ese equilibrio no puede afectarse gratuitamente; modificarlo romperá el consenso mínimo indispensable y nos sumergirá en una nueva noche autoritaria.
Cartes quiere la reelección, pero no la quieren todos los paraguayos. Supongamos que una mayoría la quiera, cosa que ni por asomo ocurre, aún así rompería el equilibrio que nos ha permitido vivir en paz, en libertad y en prosperidad la mayor parte de los últimos casi treinta años, el más largo periodo continuo de paz, libertad y prosperidad de toda nuestra Historia.
Pero a Cartes no le importa la paz, ni la libertad, ni la prosperidad.