Comportarse como hijo querido
Mc 1,7-11
Celebramos la fiesta del bautismo de Jesús en el río Jordán y, cuando Él salió del agua se oyó una voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”.
El bautismo de Juan Bautista era solamente una invitación a la penitencia y cambio de vida, y Jesús no necesitaba recibirlo. Lo hace por tres motivos: para ser solidario con los pecadores, que precisan convertirse, ya que Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Asimismo, es la presentación de Jesús como el Hijo querido del Padre y también una imponente manifestación del único Dios en tres Personas: el Dios trinitario.
Después de esto se irá al desierto durante cuarenta días y cuarenta noches, para prepararse seriamente en la lucha contra los poderes del mal, que dañan al ser humano y a toda la creación.
El bautismo que nosotros, católicos, tenemos la felicidad de recibir, es el punto de partida de nuestra existencia como amigos y seguidores de Jesucristo.
Es muy correcto y lindo que los niños sean bautizados por causa de la fe de sus padres y también de sus padrinos, de tal modo que desde temprana edad estén impregnados de la gracia de Dios, y más adelante, cuando jóvenes, ya con el uso de la razón y de la libertad, han de reafirmar esta opción con el sacramento de la Confirmación.
Es un hermoso itinerario espiritual que debe hacernos “hijos queridos de Dios” y a comportarnos como tal. El proverbio afirma: “Dignidad, obliga“, por ende, como bautizados y como hijos queridos del Padre, tenemos que ser más coherentes, sin separar la fe de las obras: hay que unir la ética con nuestras acciones cotidianas.
Es el inmenso amor de Dios que nos convoca a jugar en su equipo, pero el problema es nuestra respuesta tan despistada. Por ejemplo: ¿recuerda usted en qué día fue bautizado? ¿Es una fecha que merece alguna conmemoración?
Asimismo, el Bautismo nos concede carismas de carácter comunitario y eclesial, como ser, la incorporación a la Iglesia, con el deber y el derecho de participar constantemente de sus actividades; de difundir los valores del Evangelio en las realidades humanas; de ser auténtico discípulo y misionero y de trabajar con afinco para disminuir la corrupción impune que deprava nuestro país.
Consideremos siempre que el bautismo nos incorpora a Jesús, como un injerto; nos da la filiación adoptiva y nos hace herederos de los bienes del Padre: ya hay motivo de fiesta.
Paz y bien hnojoemar@gmail.com