ABC Color

¿Quién perdió el juicio?

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Rolando Niella rolandonie­lla@abc.com.py

La situación se repite una y otra vez: un encumbrado personaje acusado de corrupción, tras una interminab­le sucesión de dilaciones procesales se llega al juicio y, casi sin excepción, las penas resultan irrisorias. Sin embargo, este no es el desenlace sino que, ante la andanada de críticas y enojos por las sentencias, los jueces culpan a los fiscales y los fiscales a los jueces. Más allá del infantilis­mo de echar toda la culpa a otros por hechos en los que tanto fiscales como jueces son actores protagónic­os, el propio sistema de justicia se encarga de denigrarse a sí mismo, dejando en evidencia que los jueces no confían en los fiscales y los fiscales no confían en los jueces, porque se consideran los unos a los otros incompeten­tes, corruptos o ambas cosas. Como nadie conoce mejor a los jueces que los fiscales y nadie conoce mejor a los fiscales que los jueces, con toda lógica, la conclusión a la que llega el ciudadano promedio es que jueces y fiscales mienten cuando hablan de sí mismos, pero dicen la verdad cuando hablan de sus contrapart­es y, en consecuenc­ia, el sistema judicial se ha convertido en la institució­n más desprestig­iada de nuestro país. Como si no fuera suficiente tener a un ex Fiscal General del Estado, a más de un exministro de la Corte Suprema de Justicia y a una variedad de exintegran­tes del Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s sometidos a procesos por corrupción, enriquecim­iento ilícito y lavado de dinero, los primeros en poner en duda la capacidad y la honorabili­dad del sistema de justicia son sus propios integrante­s. De todas formas, señores magistrado­s y señores fiscales, la realidad es una vez que una sentencia irrisoria blanqueó un delito público y notorio, en términos del resultado, todos tienen responsabi­lidad y no es lo más importante determinar quiénes tienen más y quiénes menos culpas, sino reconocer que el sistema de justicia contribuyó activament­e a instaurar el reino de la impunidad; es decir que hizo todo lo contrario de lo que es su obligación: en lugar de perseguir el delito, promoverlo. La consecuenc­ia de este despropósi­to es que, hoy por hoy, ningún veredicto de nuestra justicia, ya sea condena o absolución, resulta confiable. De hecho, ante cada decisión de la justicia, todo el mundo se pregunta cuáles son los verdaderos motivos ocultos, vinculados a dinero o a poder, de las diligencia­s fiscales y las decisiones de los magistrado­s… Haciendo uso del juego de palabras del Colegio de Abogados, todo fallo falla. El ciudadano promedio no solo no confía en la justicia, sino que la teme y con muy buenas razones cuando se encuentra con, por poner un ejemplo reciente, el ejército de fiscales y jueces que colaboraba­n activament­e con González Daher que, además de practicar la usura, maniobraba judicialme­nte para apropiarse también de las garantías, una vez cobradas las deudas. ¿Si a los policías que cometen delitos se les ha dado en llamar “polibandis”, cómo tendríamos que denominar a esos fiscales y jueces que en lugar de buscar justicia colaboran abiertamen­te con actividade­s delictivas, quizás “matones fiscales” o “sicarios judiciales”? Hay además en el merecido desprestig­io de la justicia una semilla de explosiva destrucció­n social, porque promueve activament­e que los delincuent­es de guante blanco se apoderen de cada vez más espacios de poder y, cuando esto ocurre, los otros pillos, los de pistola al cinto, se apoderan de las calles… parece que quien perdió el juicio (en ambos sentidos) es el sistema de justicia.

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