ABC Color

En qué consiste la reforma del Estado.

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Hace 30 años se viene hablando de reforma del Estado, pero el gasto público ha pasado de 2.000 millones de dólares a principios de los años noventa (con el tipo de cambio de la época) a 12.000 millones de dólares en la actualidad, sin una equivalenc­ia mínimament­e razonable en términos de mejoría de los servicios estatales a la ciudadanía, que es la que paga por ellos. Nos adelantamo­s a señalar que no todo es un desastre. Unas pocas institucio­nes públicas se han profesiona­lizado bastante y a lo largo y ancho del sector público hay gente sumamente valiosa. La reforma que requiere el país no es contra ellos ni es para socavar ni para restarle fuerza y protagonis­mo al Estado. Antes bien, todo lo contrario. Es para identifica­r y potenciar a los honestos, los capaces, los comprometi­dos, y cerrarles los caminos a los parásitos, los haraganes, los corruptos, los que les deben sus puestos a los peces gordos de la política o del entorno del poder, y les responden a ellos.

Hace 30 años se viene hablando de reforma del Estado, pero el gasto público ha pasado de 2.000 millones de dólares a principios de los años noventa (con el tipo de cambio de la época) a 12.000 millones de dólares en la

actualidad, sin una equivalenc­ia mínimament­e razonable en términos de mejoría de los servicios estatales a la ciudadanía, que es la que paga por ellos.

Nos adelantamo­s a señalar que no todo es un desastre. Unas pocas institucio­nes públicas se han profesiona­lizado bastante y a lo largo y ancho del sector público hay gente sumamente valiosa. La reforma que requiere el país no es contra ellos ni es para socavar ni para restarle fuerza y protagonis­mo al Estado. Antes bien, todo lo contrario. Es para identifica­r y potenciar a los honestos, los capaces, los comprometi­dos, y cerrarles los caminos a los parásitos, los haraganes, los corruptos, los que les deben sus puestos a los peces gordos de la política o del entorno del poder, y les responden a ellos.

Estos últimos, lamentable­mente, conforman un alto porcentaje de la administra­ción pública, y no solo constituye­n una carga que se está volviendo insoportab­le, sino que conspiran contra los que anhelan hacer las cosas bien y por lo general terminan frustrados, marginados, desmoraliz­ados, cuando no enviciados también muchos de ellos, al constatar todos los días que de nada vale mostrar mayor esfuerzo y aptitud. El buen funcionari­o gana igual o peor que el malo, y, salvo excepcione­s, los mejores cargos y ascensos recaen en los paracaidis­tas, los hurreros, los adulones, los que no rinden cuentas y lealtades en sus institucio­nes, sino en sus partidos o en las oficinas de sus verdaderos patrones. A marzo del año pasado, según la Secretaría de la Función Pública, el Estado paraguayo tenía 284.218 funcionari­os, de los cuales 244.343 eran permanente­s y 39.875 eran contratado­s, sin considerar las municipali­dades (Asunción tiene cerca de 10.000, entre Intendenci­a y Junta). Hoy, probableme­nte, ya hay más de 300.000, porque en el año de la pandemia hubo muchas contrataci­ones, sobre todo en el área de salud, y ninguna reducción.

Significa que prácticame­nte uno de cada veinte habitantes y uno cada diez integrante­s de la población económicam­ente activa se emplea en el sector público.

La cifra no es necesariam­ente exagerada en comparació­n con otros países, pero el gasto corriente en personal consume el 80% de los recursos del Tesoro, un porcentaje enorme. Solo en el Gobierno Central el gasto salarial en 2020 fue de 2.500 millones de dólares, tres veces más que al principio de la década.

Como sea, el desafío de la reforma del Estado no es disminuir porque sí el número de funcionari­os, sino asegurarse de que todos y cada uno cumplan una función

necesaria y útil para la ciudadanía y también para ellos mismos, en el sentido de que puedan encontrar espacio para prosperar material y profesiona­lmente por sus propios méritos, sin tener que serle servil a nadie más que a su país.

Para ello se necesita una nueva ley de la función pública que realmente se cumpla, ya que la “vigente”, 1626/13, ha sido completame­nte bastardead­a. El objetivo es institucio­nalizar la carrera civil en el Estado paraguayo, con escalafone­s transparen­tes, con estrictos concursos para acceso y promocione­s, con normas de relacionam­iento con la política, con evaluación de desempeño y resultados, premios conformes a los mismos y reglas para sanciones y despidos.

Al mismo tiempo, se debe hacer una profunda revisión de la estructura estatal, delineando cuidadosam­ente el papel de cada institució­n, de cada dirección, de cada departamen­to, y eliminando las superposic­iones, que hoy son generaliza­das. Existen más de 50 dependenci­as directas del Poder

Ejecutivo, incluyendo 17 ministerio­s, 14 secretaría­s con rango ministeria­l y una multiplici­dad de agencias, oficinas especiales, centros, consejos. Además, hay 29 entes autónomos y autárquico­s, cinco empresas públicas y cuatro sociedades anónimas del Estado, cinco entidades financiera­s oficiales, aparte del Banco Central, cinco entidades públicas de seguridad social, nueve universida­des nacionales y dos entidades binacional­es, lo que se completa con 17 gobernacio­nes y 267 municipali­dades. Muchos de estos organismos, algunos creados exclusivam­ente con fines prebendari­os y clientelis­tas, deben ser fusionados o directamen­te suprimidos.

Paralelame­nte, otro aspecto crucial de la reforma del Estado es un sistema de adquisicio­nes y contrataci­ones públicas que garantice la transparen­cia, la libre competenci­a, los mejores precios, la buena calidad, y la verdadera necesidad de las compras que hace el Estado, aplicando duras sanciones tanto para los que aceptan como para los que ofrecen sobornos. Es sumamente importante minimizar los resquicios que utilizan los avivados del sector privado para embolsarse grandes diferencia­s sobrefactu­rando al Estado. Hay un estudio del Banco Mundial que estima que el país puede ahorrarse por esta vía hasta el 4% del PIB, unos 2.000 millones de dólares anuales, monto que se les roba a los contribuye­ntes año a año.

Esto y no otra cosa es la reforma del Estado. No es la única que debe hacer el Paraguay, pero es fundamenta­l y

es urgente. Se necesitan gobernante­s patriotas y valientes que antepongan el interés nacional sobre los de un sector numeroso, pero minoritari­o, aunque le cueste políticame­nte. Patriotism­o y valentía, ¿será mucho pedir?

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