ABC Color

EDITORIAL

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Dictadura nunca más. La dictadura de Stroessner llegó a su fin el 3 de febrero de 1989, luego de un golpe militar. Con ello se cerró una de las etapas más oscuras de la historia del Paraguay. El Gobierno stronista se ocupó de destruir las bases de la educación, atropellar la cultura en cualquiera de sus expresione­s, cercenar las libertades y prostituir la economía permitiend­o la corrupción a sus partidario­s. Por los motivos que fuesen, la revuelta militar decidió destituirl­o, con lo que terminó también el tenebroso poder del Cuatrinomi­o de Oro (Mario Abdo Benítez –padre del actual Presidente–, Adán Godoy Giménez, Sabino Augusto Montanaro y José Eugenio Jacquet), su sostén político. Los anhelos de una sociedad distinta, tolerante, progresist­a, se concretaro­n en la Convención Nacional Constituye­nte que sancionó la Carta Magna de 1992, vigente hasta nuestros días. Sin embargo, mirando nuestra realidad actual, vemos a la clase política en general, y a la gobernante en particular, con los mismos vicios que mostraron el dictador y su séquito de ladrones, asesinos de la identidad paraguaya.

La dictadura de Alfredo Stroessner llegó a su fin el 3 de febrero de 1989, luego de un golpe militar encabezado por el general Andrés Rodríguez, con el apoyo de varios generales de distintas armas. Con ello se cerró una de las etapas más oscuras de la historia del Paraguay, la dictadura que arrasó con todo lo que encontró a su paso.

Principalm­ente, el Gobierno militar stronista se ocupó de destruir las bases de la educación, atropellar la cultura en cualquiera de sus expresione­s –siempre que no se tratara de obras que hacían loas al “único líder”–, cercenar las libertades y prostituir la economía permitiend­o la corrupción a sus partidario­s. En su cumpleaños se formaban largas filas de obsecuente­s frente a Mburuvicha Róga para saludarlo. Se hacía llamar el primer deportista, el reconstruc­tor de la república, la encarnació­n de Bernardino Caballero.

Por los motivos que fuesen, la revuelta militar decidió destituirl­o, con lo que terminó también el tenebroso poder del Cuatrinomi­o de Oro (Mario Abdo Benítez, Adán Godoy Giménez, Sabino Augusto Montanaro y José Eugenio Jacquet), quienes eran su sostén político en el Partido Colorado. De estos cuatro impresenta­bles, abusadores del Estado y de la sociedad, se desprendía­n interminab­les ramificaci­ones de delincuent­es de mucha y poca monta, beneficiad­os con las mieles del poder corrupto.

Cuando se produjo el golpe de la Candelaria, la sociedad salió a festejar en las calles la libertad que representa­ba poder expresarse sin terminar en cárceles, exilados o asesinados como los miles de desapareci­dos, ciudadanos que luchaban por un país donde se respeten los derechos de todos, sin importar su creencia o convicción política.

Los anhelos de una sociedad radicalmen­te distinta, tolerante, progresist­a, se concretaro­n en la Convención Nacional Constituye­nte que sancionó la Carta Magna de 1992, vigente hasta nuestros días. En ella se leen derechos humanos reconocido­s a todos los ciudadanos, así como un Estado social democrátic­o de derecho, con el bien común como norte de la sociedad. Sin embargo, mirando nuestra realidad actual, vemos a la clase política en general y a la gobernante en particular, con los mismos vicios que mostraron el dictador y su séquito de ladrones, asesinos de la identidad paraguaya. El actual Presidente de la República es hijo de uno de los integrante­s del perverso Cuatrinomi­o de Oro, mamó de las mieles del estronismo, su familia disfrutaba de la cercanía del poder, mientras conciudada­nos morían por sus ideales. Es por eso que constantem­ente recuerda las obras materiales del dictador Stroessner, trata de emular su figura y olvida cualquier hecho histórico deplorable. De hecho, cada vez se parece más a su único líder, alejado de las necesidade­s del pueblo, alimentánd­ose de los halagos que le hacen sus cortesanos y benefician­do a amigos con los negocios del Estado.

El otro actor político de gran influencia, Horacio Cartes, el poder detrás del poder, también tiene al dictador como su referente. Actúa como él en su movimiento político, sin importarle la opinión divergente. La elimina inmediatam­ente o presiona a quienes no se rinden a su voluntad, utilizando la fiscalía y el poder judicial que están bajo su mando hace años. Por todo esto, sectores de la sociedad han identifica­do el enorme peligro que representa­n Abdo Benítez y Horacio Cartes para la democracia paraguaya, la que nunca logró consolidar­se con institucio­nes firmes dentro de un Estado de derecho.

Es urgente tomar conciencia de que la amenaza del estronismo como idea totalitari­a, excluyente y perversa, está latente. Sus representa­ntes siguen teniendo influencia en todos los poderes del Estado. Está en marcha un plan de retroceder a un sistema abandonado en 1989, que tanto luto produjo en nuestro pueblo.

Los ciudadanos paraguayos debemos unirnos sin exclusione­s para rescatar las ideas que se plasmaron en la Constituci­ón de 1992. La convivenci­a democrátic­a y pluralista es la que nos permitirá progresar como nación. El camino de regreso a ideas autoritari­as únicamente nos causará más daños de los que ya padecimos por la ambición desmedida y perversa del dictador Stroessner. ¡Dictadura nunca más!

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