Los maestros no deben ser el palo en la rueda de la educación.
Toda experiencia es un aprendizaje. Y como conductores de los procesos de enseñanza, los educadores lo saben perfectamente: sus actos pedagógicos van mucho más allá de pararse al frente de un aula y dictar un texto o enseñar una operación matemática. Ellos son la referencia en sus salones de clases y en sus comunidades, y los niños y jóvenes los miran todo el tiempo, porque tienen autoridad. Por eso, este es el momento de que asuman y se empoderen en ese rol de líderes que tienen en sus escuelas, colegios y núcleos sociales y enseñen con el ejemplo a levantarse del barro y pelear para salir adelante, tratando de que los procesos pedagógicos se reanuden y se pueda enmendar parte del terrible daño que sufrió la educación en el olvidable año 2020. Los maestros deben presentarse en las aulas el 2 de marzo y comenzar a trabajar con los alumnos cara a cara, con la distancia física requerida. Sería lamentable que el gremio de docentes sea el palo en la rueda en esta ocasión.
Toda experiencia es un aprendizaje. Y como conductores de los procesos de enseñanza, los educadores lo saben perfectamente: sus actos pedagógicos van mucho más allá de pararse al frente de un aula y dictar un texto o enseñar una operación matemática. Ellos son la referencia en sus salones de clases y en sus comunidades, y los niños y jóvenes los miran todo el tiempo, porque tienen autoridad. Todo cuenta, desde su postura física, hasta su tono de voz, lo que dicen y –más que nada– lo que hacen. Los maestros lo tienen tan asumido que, por ejemplo, cuando van a la huelga en reclamo de reivindicaciones laborales mencionan precisamente que están enseñando a luchar por los derechos, como argumento en contra de quienes dicen que se trata de días de clases perdidos. Pero, las más de las veces, olvidan los derechos de los niños, su responsabilidad principal. Por eso, este es el momento de que asuman y se empoderen en ese rol de líderes que tienen en sus escuelas, colegios y núcleos sociales y enseñen con el ejemplo a levantarse del barro y pelear para salir adelante, tratando de que los procesos pedagógicos se reanuden y se pueda enmendar parte del terrible daño que sufrió la educación en el olvidable año 2020. A merced de la pandemia de covid-19, el ciclo lectivo del año pasado fue nefasto. No hubo aprendizaje, no hubo socialización... los alumnos fueron promovidos de grado y curso, pero en la mayoría de los casos se trató de un acto sumario, una farsa de la cual gran parte de la sociedad fue cómplice y toleró, porque la situación nos tomó por sorpresa y había que preservar la vida por sobre todo. Pero ha pasado un año y hoy ya sabemos mucho mejor a qué nos enfrentamos y también cómo cuidarnos. Mantener las escuelas cerradas no solo es la medida más fácil y sencilla, además de pernicioso para la salud mental de los alumnos y una herida abierta en el Paraguay del futuro. Y en este caso, los responsables de infligirla son los maestros que se niegan a reconocerse como tales y prefieren apoltronarse en sus sillas a liderar un proceso en el cual toda la sociedad se levanta de los escombros y florece. El Ministerio de Educación dio a las familias la opción de decidir si sus hijos tomarán clases presenciales o a distancia. En el tiempo transcurrido desde que se habilitó esa posibilidad, la semana pasada, el 50% ha optado porque sus chicos concurran a las aulas, bajo un sistema –en teoría– cuidado y con protocolos de diversa laya que se deberá observar para que las aulas sean lugares seguros, donde se minimicen las posibilidades de contagio. Ese cincuenta por ciento (que si se traslada al total de la población escolar equivale a alrededor de 700.000 alumnos) necesita de docentes que estén a la altura, valientes y decididos a salir adelante, que les enseñen resiliencia, y no de aquellos haraganes que solo piensan en realizar huelgas usando como rehenes a los niños. En esta nueva experiencia que se presenta, los maestros no están solos. El tiempo de pandemia transcurrido, especialmente en el hemisferio norte, nos da pautas de actuación y también ha permitido que organismos internacionales que trabajan con los sectores de la niñez, la educación y la salud hayan producido documentos y recomendaciones que permiten actuar con mayor seguridad. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), por ejemplo, elaboró un documento marco para la reapertura de escuelas. En él advierte que interrumpir la instrucción en el aula puede tener graves repercusiones en la capacidad de aprendizaje de los niños. “Cuanto más tiempo los niños marginados dejen de asistir a la escuela, menos probable es que regresen. (…) La inasistencia escolar también aumenta el riesgo de embarazo en la adolescencia, explotación sexual, matrimonio infantil y uniones tempranas, violencia y otros peligros. (…) Así mismo, pueden generar estrés y ansiedad debido a la pérdida de la interacción con los compañeros y a la alteración de las rutinas. (…) La reapertura de las escuelas debe hacerse en condiciones de seguridad y de manera compatible con la respuesta general de cada país a la COVID-19, adoptando todas las medidas razonables para proteger a los estudiantes, el personal, los docentes y sus familias”, señala parte de este documento accesible en internet. La mejor arma contra el miedo –que no deja de ser comprensible, pero contra el cual hay que luchar– es la información. En ese sentido, hay también disponibles en línea recomendaciones bien concretas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para minimizar los riesgos de propagación del coronavirus en las aulas. En concreto, se puede consultar el documento “Consideraciones para las medidas de salud pública relativas a las escuelas en el contexto de la COVID-19”. Allí se expresa taxativamente que “lo primordial en todas las consideraciones y las decisiones debe ser garantizar la continuidad de la educación de los niños en aras de su bienestar general, su salud y su seguridad”. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, de Estados Unidos, también establecieron que las escuelas pueden abrir sus puertas sin la necesidad de que los docentes estén vacunados. Eso sí, siempre que se cumpla con medidas como uso de mascarillas, distancia de dos metros entre personas y el establecimiento de grupos o cuadrillas que no se mezclarán, para limitar el número de personas que entrarán en cuarentena en caso de que se produzca un contagio. Anthony Fauci, el principal epidemiólogo norteamericano y director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, apoya esta medida y explicó que es menos probable que un niño se infecte en el entorno escolar que en la comunidad. A nivel local, recientemente, la Sociedad Paraguaya de Pediatría también ha sentado postura al respecto del retorno a clases. En un comunicado, su consejo directivo reconoce la importancia de la educación para los niños y jóvenes, y de la escuela como espacio de sostén y acompañamiento, que permite a los alumnos relacionarse con sus pares, además de adquirir formación educativa. “Creemos que el regreso a clases en forma presencial debe ser progresivo y gradual, contemplando el cumplimiento de las normas sanitarias”, dicen los pediatras en su pronunciamiento. Para que los protocolos anticoronavirus funcionen con rigor, el Ministerio de Educación debe estar a la altura de las circunstancias y asegurar que todas las disposiciones y medidas de higiene y seguridad sanitaria se puedan cumplir en las instituciones educativas. Es decir, debe haber aulas ventiladas, agua corriente y suministro constante de jabón, alcohol al 70%, termómetros y demás insumos básicos. Esto no puede quedar a merced de rifas y polladas. Por otro lado, no desconocemos que –como en todo núcleo humano– existen educadores que por su edad o por su estado de salud se encuentran en grupos de riesgo. Estos deben ser excluidos de las aulas físicas, por supuesto, para preservar su bienestar y su vida. Según informó el viceministro de Educación, Robert Cano, solo 1.600 docentes –de los alrededor de 62.000 que trabajan en las aulas– se autorreportaron como “vulnerables” ante el Ministerio de Educación, lo cual significa que sus vidas corren peligro si retornan a trabajar de manera presencial. Esto significa que hay 60.000 maestros que pueden presentarse en las aulas el 2 de marzo y comenzar a trabajar con los alumnos cara a cara, con la distancia física requerida. No tienen excusas. Y como dijimos al principio: todo lo que hace un educador, enseña, y esta probablemente sea su lección más importante. Sería lamentable que el gremio de docentes sea el palo en la rueda en esta ocasión.