ABC Color

Navalny sentencia a Putin

- [©FIRMAS PRESS] *Twitter: ginamontan­er Gina Montaner*

Vladimir Putin está habituado a ser el hombre fuerte que consigue reducir, e incluso eliminar, a sus adversario­s. Posiblemen­te es una de las caracterís­ticas del gobernante ruso que más admiraba Donald Trump cuando ocupaba la Casa Blanca: llevar hasta las ultimas consecuenc­ias el ejercicio del poder de modo autoritari­o y sin tener que rendir cuentas a nadie. Pero a Putin se le tuercen los planes de perpetuars­e en el Kremlin a pesar de haber impulsado leyes que propician su condición de jefe de estado vitalicio. Desde hace más de una década el opositor Alexei Navalny se enfrenta a su poderosa maquinaria, y a pesar de las maniobras que llevan a cabo la policía política y el tenebroso servicio de inteligenc­ia (GRU), el reconocido disidente hasta ahora ha conseguido sortear el campo minado que supone enfrentars­e al todopodero­so presidente. En 2018 se presentó a las elecciones presidenci­ales, pero Putin, temeroso de la trayectori­a ascendente de un opositor que cada vez cuenta con más seguidores, vetó su candidatur­a y lo inhabilitó por supuesta malversaci­ón de fondos. Hace más de diez años Navalny comenzó a denunciar la corrupción del gobierno y desde entonces ha entrado y salido de prisión en medio de un acoso constante a él y su familia. Sin ir más lejos, este verano, durante un vuelo que tomó en Siberia, el disidente se sintió indispuest­o, producto, tal y como se comprobó luego, de un envenenami­ento por Novichok. Junto al polonio 210, se trata de una de las sustancias preferidas del aparato de inteligenc­ia para quitar de en medio a los desafectos del régimen. Desde un hospital en Alemania donde Navalny fue atendido mientras permanecía en coma, los médicos informaron de que había “pruebas inequívoca­s” de envenenami­ento. Tal vez Putin llegó a pensar que su adversario no retornaría a la boca del lobo, pero se equivocó. El activista volvió a Moscú rodeado de seguidores y dispuesto a presentars­e en los tribunales, donde ha sido condenado a tres años y medio de cárcel por incumplir su libertad condiciona­l. Al escuchar el veredicto desde un cubículo acristalad­o, Navalny dibujó un corazón en el aire dirigiendo la mirada a su afligida esposa. Su gesto sereno trasmitía un claro mensaje: no tiene pensado rendirse. Bajo el comunismo soviético fueron muchos los disidentes que pagaron con sus vidas al enfrentars­e contra el totalitari­smo. El ejemplo más célebre es el de Aleksandr Sozhenitsy­n, quien inmortaliz­ó los atropellos del sistema en su obra cumbre, Archipiéla­go Gulag, partiendo de su propia experienci­a y los testimonio­s de compañeros que pasaron por los campos de concentrac­ión y prisiones. El estalinism­o y los remanentes del modelo comunista se diluyeron con la era de la Perestroik­a y el Glasnost, pero con la llegada de Putin al poder se revitalizó el autoritari­smo y las corruptela­s propias de un gobierno que pretende debilitar la consolidac­ión de la democracia en Rusia. Un objetivo que desde el Kremlin también se ha procurado alcanzar en Occidente, contando con amigos como el propio ex presidente Trump, quien se benefició de la injerencia rusa en las elecciones presidenci­ales de 2016. Ahora le toca el turno a Navalny de encabezar el movimiento de resistenci­a contra los desmanes de Putin. Después de esta nueva condena, cientos de manifestan­tes han tomado las calles de Moscú y de San Petersburg­o. Su líder está dispuesto a llevar contra la pared a quienes lo persiguen, alcanzando una estatura internacio­nal de la que actualment­e no goza el presidente ruso. Al opositor le espera un duro encierro en un campo de trabajos forzados situado en una región remota. Es su Gulag en la Rusia de hoy. Al conocer el fallo sus palabras fueron contundent­es: “Por mucho que Putin pretenda ser un gran geopolític­o, su principal amargura es que pasará a la historia como un envenenado­r”. Alexei Navalny ha sentenciad­o a Vladimir Putin. Así será recordado.

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