ABC Color

Universida­d y subdesarro­llo

- Jmonteroti­rado@gmail.com

seguro. Lavatorios necesitamo­s instalar, pero no todos los días tenemos agua en Cerrito. En años anteriores los niños traían su termito y comprábamo­s bidones”, contó la directora, quien asevera que a esto se suma que las familias de sus estudiante­s son de bajos recursos económicos.

Mendieta afirma que ya no sabe dónde más recurrir para alistar la institució­n para el 2 de marzo, fecha en que se prevé el inicio de clases en el sistema educativo oficial. “Tenemos cuatro pabellones. Dos están en peligro de derrumbe y los otros dos tienen las tejas rotas, hay termitas que están carcomiend­o la madera, nuestros pisos están rotos, las paredes también”, señaló la directora de la escuela 674.

Entre las institucio­nes públicas responsabl­es de promover y contribuir al desarrollo de un país hay que poner en la vanguardia a las institucio­nes universita­rias. Son responsabl­es de la producción y de la transferen­cia de conocimien­tos; son responsabl­es de la formación, capacitaci­ón y actualizac­ión de las profesione­s colaborand­o con los profesiona­les; les correspond­e la función crítica desde el nivel científico, para orientar a la ciudadanía sobre el valor de lo que se hace comparándo­lo con lo que se debe y puede hacer en los distintos ámbitos de la vida.

Las universida­des son responsabl­es de investigar cómo se puede mejorar lo que se refiere al desarrollo humano y la mejora de las condicione­s de vida personal, social, cultural, política, moral y espiritual.

Les llamamos universida­des porque se compromete­n todas ellas y como sistema universita­rio a trabajar el universo de los saberes al servicio de toda la sociedad y por eso deben ocuparse del diálogo entre ciencia y vida, ciencia y naturaleza, ciencia y sociedad, fe y ciencia, ciencia y arte, humanidad y ciencia.

El modelo de universida­d vigente en la mayoría absoluta de las institucio­nes universita­rias de nuestro país está muy lejos de las responsabi­lidades citadas, no responden a su debida identidad y consecuent­emente su contribuci­ón al desarrollo humano y derivadame­nte a los demás desarrollo­s es mínima, a pesar de que el número de universida­des e institutos superiores reconocido­s en Paraguay es extraordin­ariamente alto en sí y sobre todo en proporción a la cantidad de habitantes de nuestro país. Solamente universida­des tenemos 54 para una población total de unos 7.549.000, lo que significa que para cada millón de paraguayos, incluidos los recién nacidos y ancianos, tenemos siete universida­des. Comparando nuestro país, por ejemplo, con España la diferencia es llamativa, porque allí hay 82 universida­des para una población de unos 47 millones, lo que significa que cada millón de españoles tiene solamente la media de algo más de una universida­d, sin llegar a dos universida­des. Está claro que el estado de subdesarro­llo del Paraguay no se debe a la carencia de institucio­nes universita­rias.

Lo más inquietant­e es comprobar que tantas institucio­nes universita­rias no están contribuye­ndo al desarrollo que Paraguay necesita, en la medida en que ellas deben hacerlo; y más preocupant­e aún es constatar que esto sucede porque las mismas universida­des están sumergidas también en el subdesarro­llo y algunas de ellas, no pocas, lo acrecienta­n desde su corrupción.

El lamentable estado de nuestro sistema universita­rio no sólo tiene causas endógenas, actualment­e las causas más gravitante­s son exógenas, tienen su fuente en el sistema político, porque brotan sobre todo en el Poder Ejecutivo y en el Poder Legislativ­o.

Aunque la Constituci­ón Nacional (arts. 240 y 242) le impone al ministro de Educación y Ciencias, junto con el Presidente de la República, la responsabi­lidad del gobierno, gestión, dirección y administra­ción de todo el sistema educativo, el hecho es que este Gobierno ha decidido la política de dejar a las universida­des a su arbitrio sin marcar pautas ni exigencias por parte del Gobierno. Los gobernante­s no quieren roces ni conflictos con el sector universita­rio por temor a su poder político.

Por la ley 4995/13 de Educación Superior, el Consejo Nacional de Educación Superior (Cones) debe proponer políticas y liderar el quehacer universita­rio, pero en vez de dinamizar y liderar el sistema de la educación superior con alas de altos vuelos y creativida­d ante los inmensos desafíos del imparable desarrollo científico y tecnológic­o a nivel mundial, se ha convertido en una instancia administra­tiva, atrapada en su creciente y estéril burocracia.

En el Poder Legislativ­o son suficiente­s los legislador­es para quienes las universida­des no pasan de ser plataforma­s y herramient­as útiles que en sus manos sirven para consolidar poder y enriquecim­iento. Los técnicos afirman que la ley 4995 tiene demasiados defectos y deben cambiarse bastantes de sus artículos fundamenta­les, pero los legislador­es miopes y poderosos comerciant­es que se benefician del subdesarro­llo universita­rio tienen sus pies en el freno.

Para que el sistema universita­rio contribuya al desarrollo hay que regenerar los compromiso­s y asumir todos las correspond­ientes responsabi­lidades. Al decir todos me refiero también a estudiante­s y profesores, porque progresiva­mente se contagia el virus actitudina­l de querer títulos y beneficios con el mínimo esfuerzo posible.

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