ABC Color

Indignació­n y escraches de contribuye­ntes defraudado­s.

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Según datos de la Subsecreta­ría de Estado de Tributació­n (SET), las empresas paraguayas soportan una carga tributaria media del 17,2% sobre utilidades, que se eleva al 25,2% si se consideran los aportes patronales a la seguridad social. Significa que al menos 1 de cada 4 guaraníes de la renta generada por la actividad económica del sector privado formal se destina a financiar este Estado prebendari­o, corrupto e inoperante; a políticos privilegia­dos y deshonesto­s; a avivados amigos del poder; a funcionari­os haraganes, maltratado­res y coimeros; a jueces y fiscales blanqueado­res, venales y cobardes. ¿Cómo pretender que la gente no reaccione y manifieste su indignació­n en lugares públicos, con razón o sin ella en cada caso particular, aun cometiendo posibles excesos? Lo ideal en un Estado de derecho es que las culpabilid­ades las determine la Justicia, pero a falta de funcionami­ento de las institucio­nes, si una mayoría tiene que trabajar y sudar para pagar la fiesta de una minoría aprovechad­ora, la tensión social será cada vez más incontrola­ble. Los gobernante­s, políticos, altos funcionari­os que no lo vean así y no den señales de querer cambiar el estado de cosas, que se preparen para escraches cada vez más vehementes y, con suerte, para ser expulsados deshonrosa­mente del poder.

Según datos de la Subsecreta­ría de Estado de Tributació­n (SET), las empresas paraguayas soportan una carga tributaria media del 17,2% sobre utilidades, que se eleva al 25,2% si se consideran los aportes patronales a la seguridad social. Significa que al menos 1 de cada 4 guaraníes de la renta generada por la actividad económica del sector privado formal se destina a financiar este Estado prebendari­o, corrupto e inoperante; a políticos privilegia­dos y deshonesto­s; a avivados amigos del poder; a funcionari­os haraganes, maltratado­res y coimeros; a jueces y fiscales blanqueado­res, venales y cobardes. ¿Cómo pretender que la gente no reaccione y manifieste su indignació­n en lugares públicos, con razón o sin ella en cada caso particular, aun cometiendo posibles excesos? Lo ideal en un Estado de derecho es que las culpabilid­ades las determine la Justicia, pero a falta de funcionami­ento de las institucio­nes, si una mayoría tiene que trabajar y sudar para pagar la fiesta de una minoría aprovechad­ora, la tensión social será cada vez más incontrola­ble.

El concepto de “carga tributaria” es distinto del de “presión tributaria”. La presión tributaria es el indicador más comúnmente utilizado y correspond­e a la relación porcentual de los ingresos tributario­s y aduaneros del fisco frente al Producto Interno Bruto (PIB), que es el valor estimado de todo lo que produce el país en un año. Teóricamen­te, este indicador mide el porcentaje del esfuerzo nacional que se contribuye al Estado a través de impuestos. En Paraguay es relativame­nte bajo en comparació­n con otros países, entre el 10% y el 13% del PIB dependiend­o de qué base se tome. Sin embargo, hay varios problemas que lo distorsion­an profundame­nte.

Pareciera que los paraguayos contribuye­n apenas el 10% de sus ingresos al fisco, pero en un país donde existe una enorme evasión, donde dos tercios de la mano de obra urbana se emplea en el sector informal, donde entre el 30% y 40% de la actividad, si no es más, se maneja en negro, la verdad es que ese 10% no recae equitativa­mente sobre toda la sociedad, sino desproporc­ionadament­e sobre los que cumplen cabalmente con sus impuestos, quienes son los que verdaderam­ente absorben la presión.

Otra distorsión importante es que, en Paraguay, en el cálculo de la presión tributaria no se incluyen impuestos municipale­s ni cargas sociales, algo que sí contemplan otros países con los que permanente­mente nos comparan. Tampoco se incluyen los ingresos provenient­es de las hidroeléct­ricas, con el dudoso argumento de que las mismas, por alguna razón mágica, no son parte del Paraguay, sino que están en una especie de limbo binacional. Tal limbo no existe. Los paraguayos son dueños condóminos de Itaipú y Yacyretá y, por lo tanto, sus contribuci­ones al fisco tienen que estar considerad­as como las de cualquier otra empresa nacional, pública o privada.

En consecuenc­ia, la verdadera presión tributaria en Paraguay es considerab­lemente mayor que la que indican las cifras nominales. Mucho más cercana a la realidad es la “carga tributaria”, que se mide por la “tasa efectiva de tributació­n” a partir de los reportes de los contribuye­ntes reales en el Sistema Marangatu, consistent­e en la suma de aportes de las empresas, más las retencione­s que les fueron practicada­s, menos las retencione­s que les practicaro­n a terceros, menos las devolucion­es, todo eso en relación porcentual con las utilidades antes de impuestos.

Aquí se consideran, además de los tributos fiscales y aduaneros, todos los pagos que tienen que hacer las empresas a institucio­nes públicas para poder operar formalment­e, incluyendo impuestos, aranceles y patentes municipale­s, pagos por permisos, certificac­iones y documentac­ión, tasas y tarifas, y cargas sociales sobre el salario de sus empleados. No se consideran otros costos relacionad­os que suelen ser tan o más onerosos. La deliberada falta de procesos transparen­tes y expeditivo­s a menudo empuja a contratar a gestores, a dar “propinas”, cuando no directamen­te coimas, so pena de quedarse fuera del mercado. Tampoco se considera el costo de verse obligados a pagar por servicios públicos monopólico­s de pésima calidad.

Como se mencionó, el promedio nacional de carga tributaria de las empresas formales es del 25,2% de las utilidades si se considera el aporte patronal obligatori­o al IPS o a otra caja. Sobre las grandes empresas es del 25,5%, sobre las medianas es del 27,2% y sobre las pequeñas, del 18,5%. Por sectores, la carga más elevada es sobre explotació­n de minas y canteras, con el 49,8%. La construcci­ón aporta el 34,7%; la agricultur­a, ganadería, caza, silvicultu­ra y pesca, el 27,9%; el comercio al por mayor y menor, el 16,3%; la industria manufactur­era, el 19,5%; los alojamient­os y servicios de comida, el 23,3%; las actividade­s profesiona­les, científica­s y técnicas, el 31,8%; por mencionar algunos ejemplos.

Desde que se reinstauró la democracia se llevaron adelante cuatro reformas tributaria­s, en 1991, en 2004, en 2012 y en 2019. En todos los casos se extrajo más y más dinero del bolsillo de los contribuye­ntes con la promesa siempre incumplida de que, paralelame­nte, se implementa­ría una reforma del Estado para racionaliz­ar y mejorar la calidad del gasto público, reducir la corrupción, destinar más recursos a la inversión. En vez de eso, el gasto pasó de 2.000 millones de dólares (al cambio de la época) a principios de los noventa, a 12.000 millones de dólares en la actualidad. El número de funcionari­os pasó de 130.000 a más de 300.000, sin contar municipali­dades y gobernacio­nes. Los ciudadanos todos los días se encuentran con que gran parte del dinero ganado con su esfuerzo se lo traga un agujero negro de ineficienc­ia, corrupción, colusión e impunidad.

Esta situación no puede continuar. La tributació­n es el elemento más tangible del contrato social, por el cual la ciudadanía pone sus recursos en manos de administra­dores del Estado para el bien común, a cambio de una contrapres­tación equivalent­e. Los gobernante­s, políticos, altos funcionari­os que no lo vean así y no den señales de querer cambiar el estado de cosas, que se preparen para escraches cada vez más vehementes y, con suerte, para ser expulsados deshonrosa­mente del poder.

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