Sin médicos ni analgésicos
“Nos tuvieron que traer en patrulleras después del accidente porque no había ambulancia”, relata María Crispina Caballero, directora de la escuela.
El dolor en el relato se hace evidente en el quiebre de su voz.
Los enfermos llegaron hasta el pequeño puesto de salud del IPS en el casco urbano de Puerto Casado. “Ni siquiera nos tocaron para saber si nos dolía algo. Desde lejos nos preguntaban qué teníamos y esa misma noche nos soltaron”, recuerda la profesora.
En un caserío precario ubicado en el límite del casco urbano, los contusos de la comunidad 40 tuvieron que montar una especie de hospital improvisado. Allí, en el suelo de una casa que prestó otra comunidad del mismo pueblo, pusieron colchones para estar cerca del puesto de salud o del puerto, única vía de salida relativamente rápida para ciudades con hospitales de mayor infraestructura.
Uno por uno, los sobrevivientes del accidente mostraron los pedazos de trapo con los que cubrieron sus golpes. “Yo no puedo dormir en la noche por el dolor”, relató una mujer, tía de Mauro, el joven fallecido en el accidente. “Yo tengo que vender mis productos para darle de comer a mis hijos y ahora no puedo ni trabajar del dolor”, continuó la madre del joven fallecido.
No les dieron siquiera analgésicos. “Este es mi remedio”, relatan mientras muestran un poco de sal gruesa en agua, el único alivio para el dolor.