ABC Color

Maquinaria del robo

- Rosendo Duarte SALTO DEL GUAIRÁ rduarte@abc.com.py

Un docente de la lejana colonia San Juan del distrito de Francisco Caballero Álvarez (exPuente Kyjhá) del departamen­to de Canindeyú se sorprendió cuando vio en la planilla que cada mesita que le acababan de entregar costó G. 900.000. Reclamó y le respondier­on, entre bromas y de veras, que la empresa proveedora es del propio presidente de la República, Mario Abdo Benítez. El mismo educador observó y dijo que el precio de aquellas mesitas no puede superar G. 150.000 por unidad. Para colmo, ni silla traía. Pero es solo una muestra de las barbaridad­es que hacen con la plata pública. En la página de la Dirección Nacional de Contrataci­ones Públicas uno se encuentra con miles de contratos de obras, servicios y adquisicio­nes a precios absurdos. Las municipali­dades construyen empedrados por el doble del precio de la obra. Además, quienes se encargan de los trabajos son obligados a firmar planillas que llegan a ser tres a cuatro veces más de lo que realmente cobraron. El resto del dinero se reparten en comisiones los ladrones de los recursos públicos, con absoluta impunidad. Mientras todo eso pasa, en las escuelas y colegios se inició el calvario de los docentes y padres de familia que deben mendigar a las municipali­dades para la limpieza, al Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) por los rubros de creación que nunca llegan a tiempo. Ni hablar de los hospitales que casi nada tienen en insumos y medicament­os, donde los pacientes deben sacar dinero de cualquier lado para poder pagar lo recetado. Por eso es que pulula gente realizando polladas, rifas y torneo kure a lo largo y ancho del país para costear un estudio o un tratamient­o médico. El Estado, entiéndase gobiernos locales, regionales y nacional, se convirtió en la maquinaria perfecta para robar y enriquecer­se impunement­e, mientras la población sufre las consecuenc­ias. Las pocas veces que los casos de corrupción llegan a la justicia, entra en acción la otra fase de la ratería pública, y los jueces, sin ruborizars­e, blanquean a los sinvergüen­zas, obviamente recibiendo sus partes del atraco a la gente.

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