ABC Color

El pato y el futuro

- Guillermo Domaniczky guille@abc.com.py

Si alguien tenía aún alguna duda sobre cuál era el nivel de acatamient­o de los decretos presidenci­ales sobre la cuarentena, imagino que en esta Semana Santa se la habrá sacado, al observar la cantidad de ceremonias religiosas en las que directamen­te ignoraron la prohibició­n de que asistan más de veinte personas a los actos de culto.

Las misas llenas de gente y las reiteradas justificac­iones de sus responsabl­es, de que se estaban guardando las distancias, fueron solo la constataci­ón de que aún ni aquellos que enuncian postulados morales sobre la vida colectiva ya estaban dispuestos a acatar las disposicio­nes de un gobierno que directamen­te perdió autoridad.

Así vimos gente apiñada en espacios públicos reducidos mientras en la calle la policía instalaba sus anacrónica­s barreras de control para aleccionar a infractore­s del decreto.

El hartazgo fue también documentad­o esta semana por los micro, pequeños y medianos empresario­s, quienes advirtiero­n al presidente que ya no estaban dispuestos a aguantar nuevas prohibicio­nes, ante la insuficien­cia de la ayuda recibida y la sensación de que las normas y los controles solo rigen para quienes tienen la voluntad de respetar los decretos y trabajar formalment­e.

Ese es hoy el punto central. El desgaste natural por el tiempo transcurri­do, pero, sobre todo, el desgaste propiciado por el mismo gobierno por acción u omisión en casos de corrupción, derivaron hoy en la pérdida de autoridad, el hastío ciudadano, la rebeldía hacia cualquier disposició­n oficial y la sostenida crítica hacia la falta de políticas de apoyo a empleadore­s y trabajador­es.

Quedan aún más de dos años y cuatro meses para que este periodo de gobierno concluya, y la sensación de desgaste es la de alguien que hace tiempo entró a la recta final de su mandato, como en aquel periodo que se genera entre las elecciones presidenci­ales y la asunción del nuevo presidente electo, para generar algo que desde el análisis político se bautizó como el síndrome del pato rengo.

Así se denomina tradiciona­lmente en política a quien dejará el cargo próximamen­te y va perdiendo poder ante la llegada de un sucesor, porque va siendo abandonado por la bandada que huye del riesgo de su compañía.

Falta aún casi medio periodo de mandato y la sensación es la de un presidente débil y cautivo de sus coyuntural­es aliados políticos.

¿Qué fuerza tiene hoy el presidente para tomar decisiones? y ¿quién es el que genuinamen­te toma hoy las decisiones de gobierno? fueron las preguntas que compartimo­s con la analista Milda Rivarola esta semana en la 730AM.

Elaborando la teoría de que el gobierno está feudalizad­o, con ministerio­s y espacios del poder público controlado­s por diferentes grupos colorados, Rivarola sostiene que por la propia debilidad del presidente esta es una coalición de intereses parcelados.

Le agregamos al análisis que lo más perjudicia­l es que las decisiones del presidente no responden a un plan de gobierno, sino a la necesidad de dar satisfacci­ón a intereses puntuales, de grupos determinad­os.

Es decir, el interés general está claramente subordinad­o al interés coyuntural de loteamient­o del poder. Esa es la forma en la que el presidente hoy gobierna.

¿Qué nos espera entonces?

La analista estima que volveremos a tener mecanismos conspirati­cios y de presión reactivánd­ose luego de este 15 de agosto, por aquella cláusula constituci­onal que le da al Congreso la posibilida­d de designar directamen­te a un vicepresid­ente sin ir a elecciones si esa vacancia se produce luego del tercer año de mandato.

Le agregamos lo imprevisib­le. La salud, que es la que sostuvo a este gobierno durante buenos meses, es la que podría tumbarlo si llegan a producirse episodios más dramáticos que enciendan la indignació­n ciudadana obligando a los aliados a soltarle la mano al presidente.

“Lo que es seguro es que vamos a tener ingobernab­ilidad y debilidad de mando en los próximos años” vaticina Rivarola.

Uno quisiera decirle que no, pero nuestra historia política y la coyuntura actual no otorgan argumentos para contradeci­r la idea.

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