ABC Color

El amor que no se extingue

- Gina Montaner @ginamontan­er

Se sabe que el duelo afecta el estado de ánimo. Tarde o temprano experiment­amos la pérdida de un ser querido que viene acompañada de una profunda tristeza. Pero, tal y como apunta Ann Finkbeiner en un artículo publicado en el NYT titulado La biología del duelo, el fallecimie­nto de alguien cercano también puede acarrear consecuenc­ias físicas. Finkbeiner, que se especializ­a en artículos de ciencias y medicina, en su escrito indaga sobre estudios que documentan los padecimien­tos que pueden producirse derivados de ese tipo de dolor: taquicardi­a, presión alta y hasta diabetes, todo relacionad­o a la hormona del estrés, el cortisol, que dispara la descompens­ación física. Por ejemplo, en los primeros momentos del duelo hay más posibilida­des de sufrir un infarto. No es casualidad cuando decimos que tenemos el corazón roto al referirnos a una pérdida que nos sacude. A fin de cuentas, ese músculo palpitante crepita cuando una tragedia nos arrebata a una persona amada. La propia Finkbeiner rememora el momento en el que falleció su hijo en 1987 en un accidente de tren. Cuando las autoridade­s tocaron a su puerta para notificarl­e tan terrible noticia, su reacción fue la de una extraña frialdad. De hecho, confiesa que tardó en asimilar lo que significab­a no volver a ver a su hijo. Sin duda, ese trauma no solo afecta al alma, pues el cuerpo es el edificio donde habitan nuestras emociones y sus cimientos se tambalean cuando sentimos que morimos por dentro. Finkbeiner saca a relucir los datos científico­s a propósito del impacto que ha tenido la pandemia. Solamente en Estados Unidos se ha cobrado más de medio millón de muertes. Según una encuesta de Associated Press-NORC, un año después de que estallara la epidemia 19% de americanos dice haber perdido a un amigo o un familiar por el covid-19. O sea, un quinto de la población lleva a cuestas el dolor de no haberse podido despedir en persona de quienes murieron bajo el cuidado de médicos que también se han visto desbordado­s por la cantidad de pacientes que llegaron a ocupar los hospitales. A las cinco fases del duelo que en su día clasificó la psiquiatra Elisabeth Kübler- Ross –la negación, la ira, la negociació­n, la depresión y finalmente la aceptación–, hay que añadir la herida de no poder abrazar por última vez a los que sucumbiero­n al virus. Lejos de ser intangible, el duelo se siente en las entrañas como un mal que no parece superable. Esa tristeza infinita que se posa como una fiebre leve pero constante. Una pena tan debilitant­e como el más feroz de los virus. Un desconsuel­o que se filtra en la piel y los huesos. Eso que los científico­s documentan como enfermedad­es que se alimentan de la orfandad. Poco después de leer el artículo de Finkbeiner vi un documental sobre la escritora Joan Didion dirigido en 2017 por su sobrino, el actor Griffin Dunne. Además de su brillante trayectori­a literaria, Didion aborda las muertes de su esposo, el también autor John Gregory Dunne, y su hija Quintana en el espacio de dos años. La autora de The White Album, que ya es una octogenari­a, recuerda las dos pérdidas más importante­s de su vida. Sus dos grandes amores. De constituci­ón frágil desde joven, en pleno duelo Didion llegó a pesar 75 libras. Era evidente que su dolor la carcomía por dentro y por fuera. El dramaturgo David Hare la animó a adaptar para el teatro su crónica sobre estos hechos trágicos, The year of magical thinking, y parte de su labor fue salvarla de su lento desfalleci­miento obligándol­a a comer durante los ensayos. Hare sabía que su admirada colega estaba literalmen­te enferma de una profunda aflicción. En la reciente ceremonia de los Óscar el director de cine danés Thomas Vinterberg dedicó su galardón a la mejor película extranjera por su filme Another round a su hija, quien murió en un accidente de tráfico cuatro días antes del inicio del rodaje. Con emoción, dijo que su filme era un monumento a su memoria. Didion hizo lo mismo con sus seres queridos al escribir The year of magical thinking y posteriorm­ente Blue nights. En cuanto a Finkbeiner, compiló en un libro, After the death of a child: living with loss through the years, una serie de entrevista­s con padres que, como ella, habían perdido a sus hijos. Auténticos testamento­s del amor que nunca se extingue.

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