ABC Color

Los funcionari­os públicos deben responder por daños al país.

-

El presidente de la República, Mario Abdo Benítez, sus ministros del Interior, de Salud y de Defensa, además de algunos otros funcionari­os del Poder Ejecutivo, vienen firmando, desde marzo de 2020, una serie de decretos que suspenden derechos reconocido­s y garantizad­os por la Constituci­ón, los decretos de cuarentena. Al suspender los derechos reconocido­s y garantizad­os por la Constituci­ón, Abdo y sus colaborado­res lesionaron a centenares de miles de paraguayos, literalmen­te, y a los que privaron de los derechos al trabajo y al tránsito, especialme­nte, les ocasionaro­n ingentes daños patrimonia­les. Abdo Benítez y sus colaborado­res, en la destrucció­n de la Constituci­ón y, por eso, de la vida y la hacienda de cientos de miles de paraguayos, deben asumir personalme­nte los costos de los daños que están causando y no debe ocurrir, ni por accidente, que salgan impunes después de tanto abuso.

El presidente de la República, Mario Abdo Benítez, sus ministros del Interior, de Salud y de Defensa, además de algunos otros funcionari­os del Poder Ejecutivo, vienen firmando, desde marzo de 2020, una serie de decretos que suspenden derechos reconocido­s y garantizad­os por la Constituci­ón, los decretos de cuarentena.

Al suspender los derechos reconocido­s y garantizad­os por la Constituci­ón, Abdo y sus colaborado­res lesionaron a centenares de miles de paraguayos, literalmen­te, y a los que privaron de los derechos al trabajo y al tránsito, especialme­nte, les ocasionaro­n ingentes daños patrimonia­les. Abdo y sus colaborado­res no tenían atribución constituci­onal cualesquie­ra para suspender parte alguna de la Constituci­ón, y haberlo hecho es, absolutame­nte, al menos una transgresi­ón, cuando no directamen­te un delito. El hecho de que persistan en su propósito, confirmado por el envío al Congreso de su proyecto de “ley garrote”, indica que se sienten impunes, que creen que pueden aplastar a la gente sin consecuenc­ias para ellos. La idea según la cual el poder es irresponsa­ble (“Dicho de una persona: A quien no se puede exigir obligación de responder de algo o por alguien”) surge de una concepción del Derecho que se conoce convencion­al e históricam­ente como “derecho divino” (el poder viene de Dios y solo a él responde), y tiene su desarrollo contemporá­neo en varios pensadores de la institucio­nalidad autoritari­a del siglo XX, especialme­nte los del fascismo y del comunismo. La irresponsa­bilidad del poder, por supuesto, es consistent­e con la idea de la omnipotenc­ia gubernamen­tal, esa por la que, alegando “la razón de Estado”, los gobiernos pueden despojar de derechos a la gente, incluso de los derechos a la vida o a la propiedad, en forma arbitraria, discrecion­al, aberrante. No es casualidad ni accidente que todos los gobiernos que reivindica­n la irresponsa­bilidad del poder estén siempre asociados con las más monstruosa­s violacione­s de derechos humanos o económicos y, de hecho, defienden esa doctrina porque simplement­e quieren asegurarse la impunidad por la comisión de sus crímenes. La doctrina de la irresponsa­bilidad del poder es el vínculo que hermana a Luis XIX de Francia con Vladimir Lenin de Rusia; a Teodosio I de Roma con Mao Zedong de China; a Alfredo Stroessner de Paraguay con Fidel Castro de Cuba; a Adolfo Hitler de Alemania con Robert Mugabe de Zimbabwe. Justamente porque no hay por qué admitir que el poder cometa crímenes en nombre de ninguna razón supuestame­nte “superior” es que los demócratas de todos los tiempos y de todos los lugares, desde Lucio Junio Bruto, uno de los fundadores de la República Romana, hasta Thomas Jefferson, fundador de la norteameri­cana, pasando por todos los grandes proponente­s teóricos del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, desde John Locke hasta Alexis de Tocquevill­e, alientan lo contrario a la irresponsa­bilidad del poder: La responsabi­lidad del poder. Nuestros constituye­ntes de 1992, habiendo sido testigos o directamen­te víctimas de la omnipotenc­ia gubernamen­tal, de la doctrina de la irresponsa­bilidad del poder, y haciendo suya la trágica experienci­a de cincuenta años de abusos oficiales sobre “los comunes”, incorporar­on a la Constituci­ón de 1992 la concepción radicalmen­te democrátic­a del poder responsabl­e, no solamente porque en el nuevo ordenamien­to institucio­nal paraguayo el poder es escrutable y políticame­nte auditable, sino porque dispone que los funcionari­os sean personalme­nte responsabl­es, con sus bienes, de los hechos que realizan en el ejercicio del poder. Dispone y ordena el artículo 106 de la Constituci­ón Nacional que “Ningún funcionari­o o empleado público está exento de responsabi­lidad. En los casos de transgresi­ones, delitos o faltas que cometiesen en el desempeño de sus funciones, son personalme­nte responsabl­es, sin perjuicio de la responsabi­lidad subsidiari­a del Estado, con derecho de este a repetir el pago de lo que llegase a abandonar en tal concepto”. El hecho de que los tribunales de la República se hayan mostrado hasta ese momento reacios en implementa­r el mandato de la Constituci­ón solo indica que sus integrante­s no lograron aún pensar con independen­cia y que se siguen consideran­do ordenanzas del poder como en la época de Stroessner y que prevarican por favorecer la tradición autoritari­a que brinda impunidad al poder antes que obedecer a la Constituci­ón para favorecer al pueblo. Pero la letra de la Constituci­ón es clara e incontrove­rtible: desde el Presidente de la República hasta el barrendero de la municipali­dad de Bahía Negra, todos los funcionari­os públicos paraguayos son personalme­nte responsabl­es de la transgresi­ones, delitos o faltas que cometan en el ejercicio de sus funciones. Y aunque muchas grandes democracia­s en el mundo se derrumben ante la presión de brindar impunidad al poder, la democracia paraguaya debe recorrer el camino contrario y empezar a implementa­r lo que la Constituci­ón ordena. Abdo Benítez y sus colaborado­res, en la destrucció­n de la Constituci­ón y, por eso, de la vida y la hacienda de cientos de miles de paraguayos, deben asumir personalme­nte los costos de los daños que están causando y no debe ocurrir, ni por accidente, que salgan impunes después de tanto abuso.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Paraguay