ABC Color

El difícil arte de politiquea­r en el Paraguay

- Bernardo Neri Farina nerifarina@gmail.com

La política es el arte de presentar los intereses personales como intereses colectivos señala una sentencia atribuida a varios atorrantes. Este postulado sinceramen­te cínico le calza perfecto al político paraguayo, ese espécimen que cuando anuncia una guerra a la pobreza evita decir que se refiere a la pobreza personal y no a la colectiva. El político paraguayo es un pensador profundo. Pasa el día pensando, por ejemplo, a cuál de las binacional­es enviará a sus hijos, sus parientes, su ex o sus amantes para que se ganen dignamente el pan de cada día con el sudor de sus asentadera­s. Nuestro benemérito es un individuo pleno de esperanza. Espera, por ejemplo, con ferviente expectativ­a la fecha en que le toca peregrinar hasta Mburuvicha’i Róga para el registro fotográfic­o inmortal con el Don y los muchachos, exhibiendo el dedo índice perforador, para que vean fiscales y jueces de la causa que le abrieron por haberse quedado con la plata de la merienda escolar. Una inicua persecució­n política que puede ser obstruida por ese oportuno retrato de contenido colectivo pero de uso personal. Una imagen, “esa” foto, vale más que mil pruebas en contra. Un documento inalterabl­e –diría Fito Páez– de valor persuasivo ante nuestro sistema judicial. El político paraguayo tiene sentimient­os nobles. Siente una enorme congoja en lo más profundo de su corazón cuando, por ejemplo, debe traicionar al compañero, mudar de interna o caer en la ingratitud con quien le dio de comer cuando era pobre. Sabe que son comportami­entos extremos, pero la unidad del partido está por encima de todo. Ser político impone muchos sacrificio­s. Quién podría dudar de eso. Hay que andar simulando afecto por esos pobres infelices, tratando de convencer a la gente de que uno es decente, eludiendo escraches callejeros y tragándose el sapo de que a Calé le llega un mensalâo mayor que el que le llega a uno. La política es exigente y hay que sacrificar­se hasta el heroísmo. No es fácil convencer a esos burros que rebuznan su resentimie­nto contra uno que para poder repartir a los más necesitado­s, sobre todo los correligio­narios, hay que manotear únicamente los recursos del Estado, que para eso están. No se puede dejar de dar una mano a los amigos del partido, y para eso la mano debe frecuentar la lata. Los políticos son, por lo general, seres incomprend­idos. Pocos imaginan que la política es el arte de la paciencia. Hay que saber esperar la oportunida­d para pegar el zarpazo y escalar en el partido, que para eso está: para permitir a los afiliados hacerse de algún dinerillo con el fin de servir del mejor modo a la insigne institució­n partidaria y, por ahí, a la nación. Político no lo es cualquiera. Se debe tener vocación, pasión, dación y un gran amor a la plat… perdón, a la patria.

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