ABC Color

Costoso e inútil florero

- Juan Augusto Roa jaroa@abc.com.py

En su sesión de viernes 27 de agosto pasado, la Junta Departamen­tal de Itapúa renunció a la que acaso es la única función relevante que tiene: ser un órgano que controla, verifica, investiga, cómo los funcionari­os públicos administra­n el dinero del pueblo. Puntualmen­te en el ámbito que les toca intervenir, que es el gobierno departamen­tal.

Aprobó a tambor batiente un millonario contrato, por casi 5.000 millones de guaraníes, para la construcci­ón de una planta de oxígeno en el Hospital Regional de Encarnació­n, pese a las advertenci­as de un posible escandalos­o sobredimen­sionamient­o en precios de equipos y mano de obra.

La cuestión tiene que ver con un contrato de construcci­ón por un monto de 4.750 millones de guaraníes que la gobernació­n de Itapúa ya adjudicó a la empresa JR Ingeniería, para la construcci­ón, adquisició­n y puesta en funcionami­ento de una planta generadora de oxígeno para el Hospital Regional de Encarnació­n.

Tanto el proceso licitatori­o como los montos referencia­les están incorrecto­s, según el planteo realizado en dicha sesión por los concejales Mirta González y Carlos Pereira (de la bancada del PLRA), quienes fundamenta­ron un posible sobrecosto en números comparativ­os, y expusieron las observacio­nes realizadas por la Dirección de Contrataci­ones Públicas (DNCP) sobre el proceso de licitación, convocado bajo el régimen de la excepción.

Estos argumentos no sirvieron siquiera para levantar el ceño de la duda a los concejales oficialist­a, con la excepción de Silvio Piris (ANR Añetete), y pedir se investigue con mayor detenimien­to el asunto. Al fin y al cabo, se supone que están para controlar la correcta administra­ción de los intereses ciudadanos.

Algunos oficialist­as justificar­on su posición con el absurdo de que no les consta lo que afirmaban sus colegas, y con el voto a favor –el más que suspicaz voto a favor de la concejal liberal Julia Rossi– impusieron su mayoría, evidencian­do que la impronta en la administra­ción de la cosa pública, por encima del criterio de justicia y la verdad objetiva de las cosas, se impone la “verdad formal”, traducida en los comportami­entos corporativ­os, “lealtades” (complicida­des) políticas.

Desde condenar o “salvar” a un corrupto en el Congreso, hasta disponer a gusto y placer de los recursos públicos, queda sujeto a “criterios políticos”, como diría un inefable senador colorado. Basta con contar con los votos necesarios. No importa si son forzados, comprados o alquilados. Total, no existe ni siquiera sanción moral.

Con la renuncia a su función primordial de controlar el uso del dinero público la Junta Departamen­tal demuestra una vez más que apenas es una instancia burocrátic­a inerme, de poca y nada utilidad, pero que le cuesta mucho dinero al pueblo. No tiene siquiera utilidad como florero, porque un florero por lo menos tiene una función estética.

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