Tratemos de ganar la vida
Casi siempre la palabra “ganar” nos trae sentimientos estimulantes, pues pensamos en ganar plata, ganar el partido, ganar un regalo y cosas parecidas.
El Evangelio nos presenta una decisión mucho más amplia, pues el Señor nos indica que tenemos que “ganar la vida”. Pero esto también sugiere que es posible “perder la vida”, si insistimos en aferrarnos a falsos valores y opciones indecentes.
En el texto, después de la confesión de fe de Pedro y del anuncio de su pasión, muerte y resurrección, Jesucristo llama a la multitud, junto con sus discípulos, y explica lo que significa ganar o perder la vida.
Al afirmar “el que quiera venir detrás de mí”, deja evidente que el ser humano es libre para aceptar su compañía y preceptos, o buscar otro estilo de vida e ir detrás de otro modelo de existencia. Ahí está un riesgo para nosotros, si nos dejamos llevar por criterios materialistas y egocéntricos, sin tener en cuenta la voluntad del Señor y el bien del semejante.
“Renunciar a sí mismo y cargar la cruz” no son expresiones que agradan al hombre moderno, tan atento en disminuir toda clase de dolor y padecimiento. Realmente esto es bueno, pero también es bueno comprender que una cierta cruz todos tenemos que llevar en esta peregrinación terrena. Llevar la cruz y saber darle un sentido.
Sin embargo, notemos que el Señor no quiere que seamos personas tristes, ansiosas y deprimidas, sino completamente al revés: que seamos seres alegres, solidarios y tolerantes.
Para lograr estas características de verdadera felicidad es fundamental disciplinar nuestras malas inclinaciones, sanar nuestros traumas, domesticar nuestros caprichos y aprender la cordura en las relaciones humanas, y esto se consigue únicamente renunciando a sí mismo, cargando la cruz de Cristo, lo que, aunque parezca paradojal, es lo que genera un profundo optimismo.
Nos exhorta el documento de Aparecida: “Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla, pues es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo”. (DA 110)
“Perder la vida” es dejarse llevar por una existencia egoísta, cómoda, sin importarse con la solidaridad, usando su dinero, inteligencia y entusiasmo para el derroche en las pavadas, y hasta en perversidades hediondas.
Por otro lado, “ganar la vida” significa usar su tiempo, recursos y dinamismo para anunciar la Buena Nueva de Cristo, empeñarse para que el Evangelio purifique las estructuras sociales y tengamos menos corrupción impune, menos gente manoseada en elecciones amañadas y menos enfermos sin acceder a un tratamiento adecuado.
Paz y Bien.