Los malos ejemplos
Puntualmente en vísperas de elecciones nos envuelve “el alma de la raza”. No la enaltecida por el gran Manuel Domínguez, sino aquella que revela nuestro perfil más oscuro: ganar la contienda electoral con el método que fuere; generalmente, con el más sucio. Para hacerlo peor, las instituciones del Estado intervienen en favor de los candidatos oficialistas. Nunca tendremos una democracia sólida cuando las mismas entidades públicas se encargan de debilitarla. Se habla mucho del derecho del ciudadano a elegir y ser elegido. Se recita la voluntad soberana del pueblo y la importancia política de los comicios. Dicho así, suena espléndido, pero tenemos que considerar que el derecho a elegir desaparece cuando se impone a un candidato mediante la presión, amenazas, dádivas, maniobras arteras desde el poder. Con esta maniobra, la “voluntad soberana del pueblo” se vacía de contenido y queda la cáscara de un acto cívico que debería fortalecer nuestra vida política, tan castigada desde siempre. La Justicia Electoral habilitó a casi un millón quinientos mil jóvenes de 18 y 29 años para votar en las municipales del próximo 10 de octubre. Esta cifra incluye a los más de trescientos treinta y siete mil inscriptos automáticamente al llegar a la mayoría de edad. Solo esta cifra es una fuerza gigantesca para decidir la victoria o la derrota de los candidatos. Pero hay un problema: el descreimiento hacia la clase política por los frecuentes escándalos que la sacuden. Y no cualquier escándalo: tráfico de drogas, de influencia; robo de merienda escolar; utilización indebida de los bienes municipales o del Estado; falsificación de facturas por obras nunca realizadas, contrabando, lavado de dinero, desvío hacia cuentas particulares de los royalties, Fonacide, y un largo etc. Para más desilusión de los jóvenes, los casos mencionados terminan en el cajón de algún escritorio fiscal o judicial, en el caso imposible de que haya habido intervención. Hay otro hecho que abona el desánimo de los electores juveniles: La Contraloría General de la República se halla muy activa, con mucho entusiasmo, revisando las cuentas de los municipios gobernados por opositores. Ocupada en estos asuntos –que son, desde luego, su obligación– se “olvida” de hechos desmesurados, denunciados cada día por la prensa y por los mismos organismos del Estado. Otro ejemplo de desánimo –de muchos otros que pueden ocurrir– está localizado en Luque, donde Óscar González Chaves, condenado a ocho años de cárcel por lavado de dinero y enriquecimiento ilícito, hace campaña proselitista de lo más campante para seguir como concejal. Es decir, no cuenta con que cumplirá la condena; que la disposición judicial no le ha de alcanzar porque es el hijo del exsenador cartista Óscar González Daher, condenado a siete años de cárcel también por hechos de corrupción. En su paseo por Luque pidiendo votos, González Chaves tiene la compañía –la complicidad– de Santiago Peña, candidato a la presidencia de la República por voluntad de Horacio Cartes. Es sabida la admiración que siente Peña por González Daher. Cuando éste era denunciado por su conducta delictiva como titular del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, el presidenciable salió a decir: “Querido Óscar, mucho se te cuestiona, pero solamente al árbol que da frutos se le tira piedras”. Se podría decir que entonces González Daher contaba con la presunción de inocencia, pero una vez sentenciado por los citados y graves delitos, ya no cabía que Santiago Peña siguiese apoyando a los condenados por corrupción. Frente a este paisaje moralmente desolador, el futuro de nuestro país es el pasado. La juventud, que es el porvenir, se frustra por los interminables malos ejemplos que vienen de arriba.