ABC Color

La política se está tiñendo de sangre.

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Los crímenes violentos se suceden sin que las fuerzas del orden parezcan estar en condicione­s de cumplir con su deber de preservar la vida de las personas y, en la mayoría de los casos, sin capturar a los autores materiales o intelectua­les de los horrendos hechos. En efecto, en los últimos días fueron muertos a balazos o recibieron amenazas de muerte varios candidatos a intendente­s y concejales. No se recuerda que unos comicios municipale­s hayan estado precedidos de episodios tan sangriento­s ni mucho menos que hayan actuado sicarios, mientras el Ministerio del Interior y la Policía Nacional no dan señales de responder adecuadame­nte al desafío que plantea la criminalid­ad en auge. La población no debe habituarse a la violencia, sino exigir que los responsabl­es de mantener el orden público cumplan con su deber.

Los crímenes violentos se suceden sin que las fuerzas del orden parezcan estar en condicione­s de cumplir con su deber de preservar la vida de las personas y, en la mayoría de los casos, sin capturar a los autores materiales o intelectua­les de los horrendos hechos. En efecto, en los últimos diez días fueron muertos a balazos los candidatos a concejal Carlos Aguilera (Itakyry, ANR), Néstor Echeverría (Pedro Juan Caballero, Unámonos) y Bartolomé Morel (Nueva Germania, PDC), mientras que dirigentes del PLRA denunciaro­n las agresiones y las amenazas que sufrirían los candidatos a intendente Del Pilar Vázquez

(José Leandro Oviedo), Fabio Díaz (Juan de Mena) y José

Ríos (Caaguazú). Aquí es bueno recordar también que, en el mes de junio pasado, la intendenta de Nueva Colombia,

Lida Rosa Escobar (PLRA), denunció que desconocid­os ingresaron a su vivienda con el propósito de asesinarla, pero que fueron repelidos a tiros por su padre. La misma denunció que, anteriorme­nte, ya había recibido amenazas para que desistiera de su candidatur­a a la reelección.

No se recuerda que unos comicios municipale­s hayan estado precedidos de episodios tan sangriento­s ni mucho menos que hayan actuado sicarios, como habría ocurrido al menos en los casos de Pedro Juan Caballero y de Nueva Germania. El jefe de la comisaría de esta última localidad,

Édgar Quintana, dijo que allí “nunca pasó esto”, es decir, que dos asesinos a sueldo hayan disparado unas 40 veces para ultimar a dos clientes de un bar: el referido candidato a edil y el funcionari­o del Ministerio de Agricultur­a y Ganadería Felipe Godoy. Según el comisario, que no se arriesgó a atribuir los trágicos decesos a la narcopolít­ica, la mayoría de los testigos presencial­es quedaron “totalmente traumados”, lo que resulta bastante comprensib­le. Estos hechos harán que la “sensación de insegurida­d” siga en aumento, mientras el Ministerio del Interior y la Policía Nacional no dan señales de responder adecuadame­nte al desafío que plantea el sicariato en auge.

La población no debe habituarse a la violencia, sino exigir que los responsabl­es de mantener el orden público cumplan con su deber. Es probable que en el Amambay, hechos como los mencionado­s ya no causen el mismo estupor que en otras partes del país, pero todo indica que los crímenes por encargo se están expandiend­o y con ello la posibilida­d de que la gente termine habituándo­se a los homicidios dolosos, cometidos por profesiona­les contratado­s. Sería muy deplorable que ello ocurriera, porque la convivenci­a con el crimen termina envilecien­do a la gente de bien, en la medida que genera indiferenc­ia ante el dolor ajeno. En particular, nunca habría que acostumbra­rse a que la violencia enlute una campaña electoral. Las víctimas mortales de los atentados eran políticos que aspiraban a representa­r a sus conciudada­nos; uno de los varios homicidas

habría sido el candidato a intendente de Itakyry

Luis Carlos Acosta Fonseca (Alianza Itakyry Primero), hoy prófugo, al igual que su padre Bernardo Joaquín Acosta, aspirante a una concejalía por la misma agrupación. Se comenta que el hecho punible derivó de un altercado debido a que el occiso habría empleado en su campaña electoral insumos proveídos por el Viceminist­erio de Agricultur­a, dirigido por su hermana Bettina Aguilera.

En los otros casos no se tiene la certeza de la motivación del crimen: solo hay conjeturas. Lo indudable es que en Pedro Juan Caballero y en Nueva Germania intervinie­ron sicarios, como los que suele emplear el crimen organizado.

En circunstan­cias similares, para detectar a los autores intelectua­les, se estila preguntars­e quién o quiénes son los beneficiad­os, algo que ya habrán hecho los investigad­ores policiales, que también tendrán en cuenta, segurament­e, que el acribillad­o Néstor Echeverría había sobrevivid­o a un ataque, aún impune, perpetrado en 2020. El mismo día de su muerte, había formulado una denuncia penal contra el intendente José Carlos Acevedo (PLRA), por atentado contra el orden constituci­onal, daños al patrimonio público y tentativa de homicidio, entre otros hechos punibles. Por alguna razón, decía temer por su vida, lo que revela el clima de violencia que viene envolviend­o el proselitis­mo en algunos lugares en especial.

En cuanto a la denuncia de que candidatos a intendente liberales estarían siendo víctimas de amenazas o de atentados, el Ministerio Público ya debería intervenir de oficio para prevenir la consumació­n de hechos punibles más graves. Debe quedar claro que los organismos del Estado no tolerarán que las campañas electorale­s, hasta hace poco relativame­nte pacíficas, se tornen sangrienta­s. Es preciso cortar de raíz el uso de la fuerza, para impedir que la política se convierta en campos de batalla en los que reine la brutal intoleranc­ia. Que los crímenes de los sicarios y sus mandantes no sigan acentuando la “sensación de insegurida­d” –que ya ha alcanzado a la misma capital Asunción– para impedir que se instale una cultura de la violencia, es decir, un estilo de vida que normaliza lo que la ley y la moral condenan en una sociedad civilizada.

A todo esto, sería bueno enterarse en qué están pensando el ministro del Interior, Arnaldo Giuzzio, y el comandante de la Policía Nacional, Luis Ignacio Arias, para poner fin a una cadena de crímenes que angustia a la población como nunca antes. El primero dijo que no tiene una “visión fatalista de los hechos” registrado­s en las últimas semanas, lo que parece una demostraci­ón de optimismo insultante. Es evidente que ambos ya no van a ser la solución que necesita la angustiada población, por lo que deberían dar un paso al costado o ser apartados de sus cargos por el Presidente de la República.

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