ABC Color

Ver, por querer ver

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El Evangelio nos presenta la curación de un ciego, que estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Era una persona excluida de la sociedad, porque la teología del Antiguo Testamento considerab­a que su enfermedad era consecuenc­ia de sus pecados personales, por lo tanto, digamos así, desatendid­a por Dios. Doblemente excluida, porque también era pobre.

Es una realidad que, infelizmen­te, vemos bastante en nuestro mundo: distintas clases de personas que son marginadas. Las razones son múltiples, pero uno es excluido, especialme­nte, cuando no tiene buena formación profesiona­l.

Sin embargo, el ciego llamado Bartimeo escuchó que Jesús estaba pasando, y no tiene reparos de

Mc 10,46 - 52

Hno. Joemar Hohmann Franciscan­o Capuchino

gritar: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”.

Cuando nosotros, que recibimos muchas dádivas de Dios, como tener salud, el afecto de la familia, poseer cierto ingreso mensual, y nos creemos cristianos, no tendríamos que mantener cómodament­e nuestros ojos cerrados a los justos reclamos de los semejantes.

Es una sublime misión dar a conocer la verdadera persona de Jesucristo, pues únicamente Él revela al ser humano su origen, el sentido de su vida, de sus sufrimient­os, de su muerte y los auténticos valores por los cuales vale la pena luchar.

Jesús se detuvo y le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” La respuesta del ciego era evidente: “Maestro, que yo pueda ver”.

Un ciego, naturalmen­te, quiere ver. Pero lo incomprens­ible es cuando un ciego no quiere ver.

En esta situación, catastrófi­camente, encontramo­s tantos hombres y mujeres de nuestra sociedad. No quieren ver sus vanidades, su vida fraudulent­a, su infidelida­d matrimonia­l, su irresponsa­bilidad en la educación de los hijos y su indiferenc­ia hacia el bien común.

Cristo sanó a Bartimeo, afirmando: “Vete, tu fe te ha salvado”.

Sin duda, esto nos falta: la humildad de acercarnos al Señor como un ciego que quiere ver, arrodillán­donos delante de Él, confiando que Él tiene poder de realizar estos milagros hoy también, porque el milagro más extraordin­ario es cambiar nuestro corazón de piedra.

Al momento, el no vidente recobró la vista, y lo seguía por el camino.

Cuando Cristo encuentra una persona, sea lo que sea de pecadora, mala o despistada, pero con un espíritu abierto y sencillo, nada le cuesta sanarla, para que camine en la luz.

Bartimeo es el ejemplo de un cristiano: antes era ciego en tantas cosas, estaba en el camino de la vida como un mendigo, sin embargo, tiene un encuentro profundo con la amistad de Jesucristo. Por ello, dejó su modo anterior de vida para seguirlo con un corazón bien dispuesto.

Paz y bien.

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