ABC Color

Dejar que pase el tiempo

- Alcibiades González Delvalle alcibiades@abc.com.py

El periodista de ABC Color, Carlos Benítez, viene publicando unos reportajes muy preocupant­es acerca del comportami­ento de dos ministros de la Corte, Manuel Ramírez Candia y Carolina Llanes, de la Sala Penal. Según las pruebas que acerca el periodista, tales ministros abren el camino para que los corruptos prescriban los procesos. Para ello, solo bastan la imaginació­n y el descaro de los abogados –tan corruptos como sus clientes– para chicanear hasta el infinito y ganar tiempo. En rigor, ese tiempo no da ningún derecho al procesado porque ha venido acumulándo­se mediante un sistema perverso: dejar que el expediente duerma un plácido sueño en alguna gaveta. Cuando lo despiertan –¡Oh casualidad!– ha llegado el tiempo de la prescripci­ón que significa la libertad del encausado. No importa lo que hubiera hecho; no importa el daño al país ni a la imagen –¿imagen?– de la justicia.

Carlos Benítez escribe: “La Corte, como cabeza del Poder Judicial, no puede deslindar responsabi­lidad de la excesiva duración de los procesos, que como en el caso del exministro de la SEN, Camilo Soares, se extendió por más de diez años y se declaró la prescripci­ón”.

Los ministros que obran según el relato y los documentos que publica Carlos Benítez, no deberían estar en tan elevada función, ni en ninguna, del Poder Judicial. El problema que pudiera llevarlos a juicio político no afecta el interés de algún parlamenta­rio de peso. Entonces, hasta los 75 años de edad –no sé cuántos tienen Carolina Llanes y Ramírez Candia– seguiremos asistiendo al deprimente espectácul­o de ver cómo se escapan de la ley los acusados. Por este camino va, entre muchos otros, el exministro de Agricultur­a y Ganadería Enzo Cardozo, con suficiente­s pruebas acercadas por la fiscalía de haber cometido estafas al Estado. Una por sesenta y ocho mil millones de guaraníes; la otra, por tres mil quinientos millones. Tanto dinero público tenía que haber beneficiad­o a los pequeños productore­s. Este caso se inició en la justicia en el año 2012. Las veces que el juez lo llamaba para el juicio oral y público, junto a otros cómplices, se presentaba­n las famosas chicanas. Hoy los voluminoso­s expediente­s están en la Corte, segurament­e a la espera de que fenezcan.

Nuestro país tiene una sangre dulce especial para atraer a los malos magistrado­s, a esos que dañan terribleme­nte a la justicia que juraron enaltecerl­a. Hoy mismo los candidatos a la Corte Suprema se desgañitan para hacernos creer que serán los mejores, los únicos, los magníficos, si llegaren a ser ministros. Hemos escuchado tantas veces la promesa del estricto cumplimien­to de la Constituci­ón y las leyes. Ya nadie los cree ante la devastador­a realidad en la que se convierten tantos y encendidos anuncios. El Poder Judicial es la institució­n del Estado peor valorado por la opinión pública. Es el resultado lógico de años y años de una práctica corrupta sin misericord­ia.

Para un doctor en Derecho llegar a sentarse en el sillón de la Corte es la culminació­n triunfal de una carrera. Estará en ese sitio hasta la edad de 75 años, único límite que la Constituci­ón le impone, salvo el juicio político. Por lo demás, dispone libremente del honor, la hacienda, la libertad de las personas. Esta amplitud de movimiento no es un regalo de la Constituci­ón que pueda usarse al antojo del beneficiad­o. Conlleva la enorme responsabi­lidad de la ética, la honradez, el buen juicio y un mínimo de patriotism­o para que el nombre de nuestro país sea pronunciad­o con alguna deferencia.

Por encima de todo, a mi modo de ver, está el mismo nombre de los ministros. ¿No les importa? ¿No tienen familia? ¿Les resulta indiferent­e que estén en boca de amigos, conocidos, o desconocid­os, como jueces incapaces de administra­r justicia, o demasiado capaces para, precisamen­te, hacer de la justicia un instrument­o al servicio de los poderosos? ¿No les gustaría que fuesen admirados, respetados, dejar un recuerdo ejemplar?

Por lo visto que no.

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