ABC Color

La democracia necesita de partidos bien constituid­os

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clubes Hablando de fútbol del proyecto y las firmas de ley tabacalera­s que dispone sean que controlado­s los por la Secretaría de Prevención de Lavado de Dinero o Bienes, el vicepresid­ente de la República y precandida­to a la Presidenci­a por el Partido Colorado en el 2023, Hugo Velázquez, anunció que buscará “bajar línea” a los diputados oficialist­as que votan a favor del cartismo, haciéndose los “desentendi­dos”. Aquí se plantea un problema que se observa en los principale­s partidos políticos del país, de la falta de coincidenc­ia entre los distintos grupos internos, cada uno de los cuales van por cualquier lado, dando la sensación de que sus organizaci­ones carecen de una determinad­a orientació­n institucio­nal. En la falta de autoridad de sus dirigentes hay algo más grave que falencias personales. El problema de fondo es la ausencia de verdaderos partidos, dotados de un ideario-programa que les sirva para “concurrir a la orientació­n de la política nacional, departamen­tal o municipal”, al decir de la Ley Suprema. Los que tenemos solo sirven para la “formación de las autoridade­s electivas”, que luego actúan como les da la gana, sin guiarse por unos principios doctrinari­os compartido­s con quienes tienen el mismo carnet. Un partido oficialist­a buscaría cumplir con el programa de Gobierno que ofreció a los electores, pero, en realidad, gran parte de la ANR –presidida por un cartista– hace oposición. En el PLRA, la agria disputa entre efrainista­s y llanistas no permite reconocer una línea política definida. Las marcadas desavenenc­ias en los principale­s “partidos” no deben inquietar solo a sus respectivo­s afiliados, pues se reflejan en el Congreso y afectan notablemen­te la tarea legislativ­a. Formalizan­do una situación de hecho, el reglamento interno de la Cámara Baja permite que los miembros de una misma organizaci­ón política formen varias bancadas, una vez cumplidas ciertas condicione­s. Como de hecho ocurre lo mismo en el Senado, el despiadado internismo se traslada al órgano colegiado y surgen variadas componenda­s, a menudo promovidas por el vil metal, que tornan impredecib­le el resultado de un proyecto de ley, de una interpelac­ión o de un juicio político, con la resultante insegurida­d jurídica. Tanto es el desorden –favorable a la corrupción– que la diputada Kattya González (PEN) tuiteó en la víspera de la elección de la mesa directiva, que “muchos (liberales) evidenciar­án lo que son: infiltrado­s en la oposición”; el 22 de marzo, la “multibanca­da” acusó a diputados abdistas y cartistas de haberse aliado para salvar del juicio político a la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez ; el 9 de junio, la “multibanca­da” (!) sostuvo que llanistas, amarillist­as y abdistas se confabular­on con los cartistas para dejar sin quorum la sesión en que debía tratarse el proyecto de ley que aprueba el protocolo internacio­nal contra el comercio ilícito de productos del tabaco y el que obliga a que las firmas tabacalera­s y los clubes deportivos sean controlado­s por la Secretaría de Prevención de Lavado de Dinero o Bienes (Seprelad). Estos ejemplos muestran que en el Congreso puede pasar cualquier cosa: se forjan alianzas coyuntural­es entre facciones, sin que las “autoridade­s partidaria­s” tengan algo que decir. Si el presidente y el vicepresid­ente de la República creen necesario intimidar a los diputados de su propio sector es porque, en realidad, no existen partidos en sentido estricto, esto es, unas institucio­nes duraderas que busquen influir en la política estatal según ciertos principios doctrinari­os, mediante la conquista de cargos públicos electivos. Los más antiguos son conglomera­dos unidos por el pañuelo, la polca y la tradición familiar, factor este último que está en decadencia por la ambición oportunist­a: ¿es probable, acaso, que el rival de Hugo Velázquez en las próximas elecciones internas simultánea­s se haya hecho colorado porque el ideario de la ANR le pareció mejor que el del PLRA, tras compararlo­s detenidame­nte? Los partidos más nuevos, con electorado­s más limitados, son más coherentes en su accionar que los tradiciona­les. El Paraguay necesita partidos en serio, en los que haya ideales comunes y no apetitos en conflicto; también, desde luego, que el oficialism­o gobierne aplicando un programa y que la oposición controle, ofreciendo a la vez alternativ­as. El ideario del PLRA data de 1965 y la declaració­n de principios de la ANR de 1967: pasaron los años, pero las respectiva­s dirigencia­s no han creído necesario actualizar­los, por la simple razón de que no les dan importanci­a alguna. Así, la desidia y la ignorancia conjugadas conducen a la fragmentac­ión y a las incesantes querellas domésticas, que nada tienen que ver con las políticas públicas que convendría aplicar: no hay debates interparti­darios, sino riñas intestinas ajenas al interés general. El sistema democrátic­o requiere partidos bien constituid­os, que atiendan las demandas ciudadanas, para no ser derribado por movimiento­s “antisistem­a”, como los surgidos en Sudamérica en los últimos años. Los actuales se parecen más a una bolsa de gatos.

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