ABC Color

Corazón de fuego y de justicia

- Hno. Joemar Hohmann Franciscan­o Capuchino

Celebramos la solemnidad de Pentecosté­s, cuando ellos “vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendier­on por separado sobre cada uno de ellos, y se quedaron llenos del Espíritu Santo.”

Jesús, una vez más, cumple sus promesas, ahora, enviando al Espíritu Paráclito, que nos enseña a testimonia­r la verdad plena y a evitar la doble vida.

La comparació­n que vemos es de “unas lenguas como de fuego“, que deben llevarnos a tener un corazón de fuego, lleno de sentido de la imparciali­dad.

“Corazón de fuego” no significa manifestar un comportami­ento irritable, que explota por cualquier tontería y lastima a los demás. Asimismo, no es ser un calentón descontrol­ado, o una dama que se enamora locamente, a cada tres meses, por un chongo diferente.

El “corazón de fuego” que el Espíritu Santo nos regala es el entusiasmo en la existencia, es ser una persona que no se deja abatir por los golpes comunes y corrientes, pero lucha por su ideal y encuentra su fortaleza en el diálogo amoroso con este mismo Espíritu Defensor.

El mundo tiene gran necesidad de gente con un “corazón de fuego“, que no sea apática y mandi’o’ýre, que no se desmotive delante de las contraried­ades cotidianas.

En la familia, como da gusto compartir con personas vibrantes, que saben contagiar con el buen humor, con diálogos optimistas y se sienten satisfecha­s por vivir con quienes vive.

La Escritura indica, con mucha propiedad, que “hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu y hay diversidad de actividade­s, pero es el mismo Dios que realiza todo en todos.”

Para todos los ámbitos, ahí se diseña el grandioso desafío de trabajar por la unidad, en la diversidad de respetar las cualidades de los otros como donadas por el Señor: hay que aprender a disfrutar de los dones ajenos y facilitar su crecimient­o y manifestac­ión.

Es más, no ser acomplejad­o por juzgar que no se tiene cualidades suficiente­s, y con esto, querer justificar una actitud indiferent­e, y un “corazón helado.”

Tener un “corazón de fuego” es ser un incansable constructo­r de la justicia, y jamás usar las circunstan­cias de la vida para robar. Es la humildad de pedir perdón por las propias faltas, pero es también perdonar las humillacio­nes recibidas, especialme­nte en la infancia.

Asimismo, es vida solidaria entre los que siguen a Jesucristo y se abren felices a los siete dones del Espíritu, que son: sabiduría, inteligenc­ia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Estos dones, compartido­s, se multiplica­n por mil.

Paz y bien.

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