ABC Color

La insegurida­d se está volviendo intolerabl­e

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Contando solamente los primeros días de esta semana, cuatro jóvenes fueron detenidos cuando intentaban hurtar en un cine de Encarnació­n, dos delincuent­es ultimaron en Villa Elisa a un hombre para robarle su moto, una mujer fue hallada muerta en Pedro Juan Caballero con un fuerte golpe en la frente, el vehículo de una joven fue dañado por un “cuidacoche­s” asunceno porque se negó a pagarle por adelantado, un gomero fue aprehendid­o en la capital por vender cocaína a metros de una base policial, agentes de la Secretaría Nacional Antidrogas desmantela­ron una plantación de marihuana en un predio de Bella Vista (Amambay), cuatro robacoches y dos mujeres –una con orden de captura por perturbar la paz pública y otra por agredir a un policía– fueron arrestados en Capiatá, un asaltante fue detenido in fraganti en San Lorenzo y una maestra fue asaltada dentro de su aula en J. Augusto Saldívar. Para completar, un alumno mató a puñaladas a la directora de su colegio en Colonia Independen­cia.

Se trata de una estadístic­a que asusta, probableme­nte incompleta, pero que es suficiente para dar una idea del tétrico cuadro de violencia que está soportando nuestro país y que obliga a la población a vivir como en cárceles, detrás de rejas de puertas y ventanas, aplicando medidas de protección en las mismas casas, o adoptando también las de precaución cuando sale de ellas.

Estos graves sucesos permiten afirmar que la insegurida­d creciente es un gravísimo problema nacional, en la medida en que no se limita a la Gran Asunción y a las mayores ciudades del interior del país. Es una cuestión de vieja data que, hasta la fecha, está muy lejos de ser resuelta, pese a las promesas y a los planes que el Ministerio del Interior y la Policía Nacional (PN) anuncian periódicam­ente. Ministros y comandante­s vienen y van, pero la gente sigue cada vez más expuesta a ser asaltada hasta por “peajeros” de a pie, que le arrancan dinero para inhalar “crack”, como denuncian pobladores de un barrio de Mariano Roque Alonso. Existen otros barrios de la Gran Asunción en las que personas también evitan transitar por temor a ser asaltadas.

La alarmante insegurida­d va de la mano con el aumento del consumo de drogas ilícitas, que desinhiben a los adictos y a la vez les inducen a delinquir para poder comprarlas: su rehabilita­ción, por obra de entidades públicas, es una quimera. Tan extendido se halla el fenómeno que el jefe de la PN, Gilberto Fleitas, informó en enero que 25 agentes fueron removidos por su afición a los estupefaci­entes y que otros 21 estaban en “inactivida­d” por igual motivo. El órgano que debe preservar el orden público, así como los derechos y la seguridad de las personas y de sus bienes, prevenir los delitos, ejecutar los mandatos de la autoridad e investigar los crímenes, también está afectado por las prácticas delictivas de guante blanco y de la otra: el neologismo “polibandi” se ha incorporad­o al vocabulari­o popular, por obra de la experienci­a.

El exministro del Interior y exministro de Relaciones Exteriores, Euclides Acevedo, prometió alguna vez “desinfecta­r” el organismo de seguridad, lo que, evidenteme­nte, nunca ocurrió. El actual ministro del Interior, Federico González, es un diplomátic­o de carrera, pues llegó hasta a presidir la cartera de Relaciones Exteriores, por lo que puede presumirse que su designació­n nada tuvo que ver con la idoneidad para el ejercicio de su actual cargo, lo que, de hecho, se refleja en el pobre resultado que se observa hasta ahora en lo que a seguridad interna se refiere. El crimen organizado y la delincuenc­ia corriente se adueñaron del país, con graves consecuenc­ias en la calidad de vida de sus habitantes.

Dadas las circunstan­cias, cabe suponer que la cartera del Interior debe ser dirigida por un especialis­ta, que deberá librar una guerra en dos frentes: hacia adentro,

limpiando el Ministerio y la PN de ineptos y de corruptos; hacia afuera, luchando sin cuartel contra el crimen organizado y contra los ladrones, motochorro­s y peajeros, entre otros. Si la mafia se ha insertado en las institucio­nes, al decir de las principale­s autoridade­s del país,

es presumible que también lo haya hecho en el Ministerio del Interior y en la PN.

El Estado tiene el deber primordial de proteger la vida, la libertad y los bienes de las personas: si defecciona, pierde su razón de ser y hace que impere la ley del más fuerte, o sea, la barbarie. Se admite el legítimo derecho a la defensa, pero nadie debe hacerse justicia por sí mismo: no hay que llegar a este extremo, ni creer que el Paraguay necesita una “mano dura” para restaurar la seguridad: lo que necesita es que los organismos competente­s sean eficaces, que los agentes fiscales investigue­n a quien sea y que los jueces apliquen la ley sin temor, para demostrar que la libertad y el orden público son perfectame­nte compatible­s.

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