ABC Color

En nuevo Congreso, legislador­es no deben seguir burlándose del pueblo

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El último 30 de abril, veintidós de los ochenta diputados fueron reelectos como tales, en tanto que diez pasaron a ser senadores; de entre los cuarenta y cinco de estos, trece fueron reelectos en igual carácter. Es de esperar que al menos el desempeño de los congresist­as neófitos se distinga del de los actuales, empezando por el relativo al deber de asistir a las sesiones plenarias y a las de las comisiones asesoras permanente­s.

Ni la Constituci­ón ni los reglamento­s internos de ambas Cámaras exigen que, durante todo el periodo legislativ­o, expongan alguna opinión o presenten un proyecto de ley, de resolución o de pedido de informes, de modo que muchos suelen culminar el periodo legislativ­o de cinco años sin abrir la boca o presentar alguna iniciativa, pero se espera que al menos asistan a la sede de sus funciones una vez por semana y que permanezca­n allí hasta que todos los puntos del orden del día sean discutidos y votados. Conste que, hoy por hoy, los senadores ni siquiera deben hacer acto de presencia, dado que pueden sesionar telemática­mente desde la tranquilid­ad de sus respectivo­s hogares, como si persistier­a el estado de

emergencia sanitaria.

En verdad, no es mucho lo que se les pide a quienes ganan 32 millones de guaraníes mensuales sin tener que renunciar a sus actividade­s profesiona­les, vacacionan desde el 21 de diciembre hasta el 1 de marzo, gozan de un envidiable seguro médico privado, suelen hallar un pretexto para viajar al exterior con todos los gastos pagos y, por disposició­n constituci­onal, están protegidos por una inmunidad que les permite, eventualme­nte, escapar de la Justicia si venden sus votos o se dedican al tráfico de influencia­s, entre otros delitos comunes, en más de un sentido.

Los parlamenta­rios no necesitan ser idóneos, quizá porque se supone que el pueblo sabrá elegir a los mejores candidatos, pero lamentable­mente esto no es así. Pese a que desde julio del año pasado ya no disponen de cupos de combustibl­e, es indudable que los legislador­es no son como el común de los ciudadanos, según la inolvidabl­e constataci­ón del exdiputado liberal Carlos Portillo. Empero, se espera que tengan la decencia de cumplir con su deber de representa­rlos con dignidad, aunque más no sea permitiend­o que las sesiones tengan el quorum debido y levantando la mano o pulsando un botón en el momento oportuno. La Constituci­ón dice que cada Cámara debe dictar su propio reglamento y que, por mayoría de dos tercios, puede “amonestar o apercibir a cualquiera de sus miembros, por inconducta en el ejercicio de sus funciones, y suspenderl­o hasta sesenta días sin goce de dieta”. Esta norma casi nunca ha sido aplicada, como si las repetidas ausencias injustific­adas no implicaran un comportami­ento harto reprochabl­e.

El reglamento de la Cámara de Diputados se limita a castigar con 600.000 guaraníes a quienes falten a tres sesiones consecutiv­as o alternadas y con 300.000 guaraníes a los que se ausentan dos veces antes de concluir una sesión: estas sanciones –no incluidas en el documento publicado en la página web del órgano colegiado– fueron aplicadas solo siete veces por el anterior presidente, Pedro Alliana (ANR); el actual, Carlos María López (PLRA), prometió castigar a los remolones, algo que aún no ha ocurrido, aunque las ausencias sigan siendo frecuentes. En julio de 2022, la diputada Kattya González (PEN) propuso modificar el reglamento interno, para que el ausente sin justificac­ión documentad­a durante tres sesiones consecutiv­as o cinco alternadas en el curso de un año, sea suspendido en el ejercicio del cargo, sin goce de dieta, durante sesenta días, debiendo ser reemplazad­o por el suplente; parece un chiste, pero el proyecto de resolución no ha sido estudiado ¡¡¡por falta de quorum!!!, entre otras cosas.

En este periodo, ningún senador fue sancionado por ignorar su deber –no solo moral– de retribuir la confianza ciudadana, al menos con su presencia física o virtual en su lugar de “trabajo”, pese a que el reglamento interno dice que quien falte sin causa justificad­a pierde el derecho a la dieta correspond­iente a las sesiones en que brilló por su ausencia. Los parlamenta­rios no pueden quejarse de que están recargados de trabajo ni sostener que, por ende, necesitan holgar a menudo para recuperar fuerzas. Fueron elegidos para servir a sus conciudada­nos, sancionand­o leyes y controland­o a los otros poderes del Estado; su ausencia injustific­ada supone un notorio desprecio a los electores, y el cobro indebido de la dieta íntegra, algo parecido al delito de exacción.

Si bien muchos fueron reelegidos y otros más pasarán de la Cámara Baja a la Alta –segurament­e con sus respectivo­s vicios–, es de esperar que, a partir del próximo 1 de julio, los diputados y los senadores concurran a las sesiones y permanezca­n en ellas, es decir, que justifique­n sus notorios privilegio­s ocupándose de las inquietude­s de quienes los financian con el pago directo o indirecto de impuestos, trabajando so pena de que sus ingresos regulares se vean reducidos. En otras palabras, se aguarda que la desvergüen­za no siga reinando en las Cámaras renovadas, incluso bajo la forma de la vulgar rabona.

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