ABC Color

Desde la soberbia y los improperio­s no se construye una Patria

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Con toda soberbia, el oficialism­o ha estado empeñado en desacredit­ar las manifestac­iones pacíficas de miles de estudiante­s universita­rios de diversos puntos del país, que exigen la derogación de la ley sobre el Hambre Cero, en la que se incluye una norma que modifica otra relativa al Arancel Cero para que la gratuidad en las universida­des públicas y en otros centros de enseñanza superior sea financiada con recursos del Tesoro, fondos que no podrían ser reducidos ni reprograma­dos. Quien funge de presidente de la República afirma que los movilizado­s, que ejercen un derecho constituci­onal, son una “minoría ruidosa”, a la que se sumarían los medios de prensa que no lo apoyaron en las elecciones del 30 de abril de 2023.

Es evidente que calificar de tal modo a los manifestan­tes no supone rebatir sus argumentos ni las dudas existentes sobre el financiami­ento de la gratuidad ni mostrar predisposi­ción alguna al diálogo, sino más bien exhibir una actitud desdeñosa y soberbia, ajena al fondo de la cuestión. Tampoco implica, desde luego, que pueda invocar el apoyo de una mayoría silenciosa, así que sus palabras bien pueden ser ignoradas por los aludidos: las objeciones estudianti­les no fueron refutadas, algo que podría haber intentado Santiago Peña si hubiera invitado a los líderes de las protestas a un diálogo sin cortapisas.

Sin mencionar sus fuentes, el senador Basilio Núñez (ANR, cartista) fue algo más preciso con una descalific­ación numérica, ya que afirmó que los descontent­os “no son más de cien”, en tanto que el “erudito” diputado Yamil Esgaib (ANR, cartista), suspendido por violencia verbal contra una colega, los tildó de “akãne” (tontos) y de “tavy” (ignorantes), sin entrar en más detalles que justifique­n sus exabruptos. El

viceminist­ro de Educación, Federico Mora, titular del Cones y presidente del Consejo Superior Universita­rio, dio a entender que un estudiante de odontologí­a no podría manejar informació­n de políticas públicas, como si fuera muy difícil entender que los recursos del Tesoro son fluctuante­s porque provienen, sobre todo, de las recaudacio­nes tributaria­s; para no ir más lejos, el “neurociruj­ano” Basilio Núñez cree entenderlo, sin ser economista ni politólogo. En fin, el

ministro de Economía y Finanzas, Carlos Fernández Valdovinos, finalmente se quejó de que no se aprecie el efecto de la macroecono­mía en el bolsillo de la gente: “pareciera que somos estudiante­s de la UNA”, sugiriendo así que la falta de comprensió­n y entendimie­nto está atado al estudianta­do de la principal universida­d pública del Paraguay.

Desde este palco de exabruptos y soberbia de autoridade­s y políticos, cualquiera sospecharí­a que el oficialism­o está integrado por eminencias intelectua­les entrenadas en universida­des del primer mundo que se niegan a rebajarse a intercambi­ar opiniones con los estudiante­s paraguayos que defienden un derecho que habría sido vulnerado por la nueva ley. Al margen de todo, cabe el derecho a pensar que si alguna de estas autoridade­s y políticos realmente ha cursado en alguna prestigios­a institució­n de enseñanza en el extranjero, pareciera que el esfuerzo no ha dado los frutos esperados.

Siempre conviene que, tratándose de una normativa importante como la hoy cuestionad­a, el proyecto sea oportuname­nte “socializad­o”, esto es, que sea dado a conocer a la ciudadanía y discutido, en sede legislativ­a, en una audiencia pública, antes de su tratamient­o en las comisiones asesoras de ambas Cámaras, con la eventual participac­ión de expertos en la materia. A la audiencia pública convocada por la Cámara Baja no asistieron el ministro de Economía y Finanzas ni los legislador­es cartistas y sus aliados; en el Senado, no se realizó ninguna.

El Poder Ejecutivo creyó innecesari­o “socializar” su iniciativa y se topó con la resistenci­a de quienes serían afectados por la nueva regulación del Arancel Cero; en vez de escucharlo­s, de aclarar algunos puntos y de refutar o admitir sus objeciones para eventualme­nte efectuar los cambios o los agregados pertinente­s, prefirió denigrarlo­s en mayor o menor medida hasta que en horas de la tarde de ayer Santiago Peña emitió un decreto con el cual reglamentó el Arancel Cero. Demás está decir que pareciera no haber escuchado a los estudiante­s que durante todo este tiempo rechazaron que el método usado para garantizar dicho Arancel fuera un decreto: exigen garantías por vía de una ley.

El Gobierno debe respetar el ejercicio pacífico del derecho a la protesta contra una disposició­n legislativ­a que se estima perjudicia­l; resulta irrelevant­e que los manifestan­tes sean o no una “minoría ruidosa”; lo que importa son las razones invocadas: para escucharla­s, hay que sentarse a dialogar, sin despreciar a una parte de la ciudadanía desde el Palacio de López, desde los Ministerio­s ni desde el Congreso.

La actitud sugerida no implicaría una pérdida de autoridad gubernativ­a, sino una predisposi­ción al intercambi­o de pareceres bajo el signo de la tolerancia: nada se gana descalific­ando a la otra parte, de entrada, con expresione­s o adjetivos injuriosos, que en primer lugar desmeritan a quienes los emplean. La dignidad de un alto cargo público obliga a mantener la compostura, evitando recurrir a calificati­vos “ruidosos” contra quienes disienten de alguna medida estatal: las buenas maneras no se oponen a la firmeza si tras maduro examen se cree necesario sostener una medida. Además, siempre es aconsejabl­e tratar de convencer a los interesado­s antes de adoptar decisiones a votazo limpio, para que su aplicación no encuentre muchas dificultad­es. En suma, se trata de cultivar un estilo exactament­e contrario al del prepotente diputado Esgaib.

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