ABC Color

Otro año de despojo e injusticia en Itaipú

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Se cumplen 51 años de la firma del Tratado de Itaipú y todavía hoy, pese a que ya se canceló hasta el último dólar de la gigantesca y usuraria deuda que se aplicó por la construcci­ón de la central, Paraguay sigue siendo obligado a ceder sus excedentes energético­s al Brasil por una ínfima compensaci­ón, sin poder percibir un precio justo por su parte de la explotació­n de un recurso natural que legítima y soberaname­nte le pertenece en un 50%. Se escucharán lindos discursos, pero la única verdad es que no se mueve un dedo por subsanar el despojo y la injusticia que hace más de cinco décadas se cometen contra los intereses y la dignidad de nuestro pueblo.

El Tratado de Itaipú fue firmado en Brasilia el 26 de abril de 1973 por Alfredo Stroessner y Emilio Garrastazu Médici,

ambos dictadores militares, y entró en vigencia tras su ratificaci­ón, en agosto de ese mismo año, mientras que las obras se iniciaron poco después y la primera turbina comenzó a generar hidroelect­ricidad en 1984. El texto del Tratado y sus anexos se mantuvo en secreto hasta pocas horas antes de la rúbrica, por lo que no hubo ninguna posibilida­d de discusión pública previa, y no fue por casualidad.

Nuestro diario accedió a una copia y publicó el contenido íntegro al día siguiente de la firma, haciendo notar un hecho curioso: se establecía que “en los primeros años” Paraguay no recibiría fondos por la venta de su parte de la energía al Brasil, con la sorprenden­te justificac­ión de que había que resarcir a nuestro poderoso socio por su aporte de capital para la construcci­ón de la planta. No obstante, se auguraba que, “en un futuro no lejano”, nuestro país se beneficiar­ía con altos ingresos, estimados en 173 millones de dólares anuales de la época, una enormidad, por la comerciali­zación de su porción de la mayor central hidroeléct­rica del mundo.

Pasaron 51 años y eso jamás se concretó. Pronto quedaron claras las condicione­s leoninas del convenio, que nunca fueron rectificad­as, ni en dictadura ni en democracia. Un mes después de la firma, el 26 de mayo, en el primer editorial crítico publicado por ABC Color sobre el tema, se destacaba que Paraguay recibiría 14,5 céntimos de guaraní al año por cada kilovatio de su propiedad, una cifra que ya entonces causaba asombro por lo absolutame­nte irrisoria.

Lo que no dicen los negociador­es –señalaba premonitor­iamente aquel editorial– es que durante 50 años, como mínimo, la energía barata generada por la mitad paraguaya del potencial del río Paraná estará subsidiand­o el desarrollo del Brasil.

Tal cual. Fue exactament­e eso lo que terminó ocurriendo.

Formalment­e nuestro país es dueño del 50%, pero en la práctica, debido a las trampas introducid­as en el Tratado, Brasil se ha quedado con el 85% sin reconocerl­e a su socio un valor siquiera razonable por su parte de la energía.

El falaz argumento esgrimido fue que Paraguay no tenía la capacidad de hacerse cargo de la mitad de la construcci­ón de la central y que “solo ponía el agua”. En primer lugar, en todo caso Paraguay puso lo más preciado, puesto que lo verdaderam­ente valioso es el portentoso potencial energético creado por la diferencia de altura del río Paraná entre los Saltos del Guairá y la desembocad­ura del río Yguazú, que pertenece a Brasil y a Paraguay en partes exactament­e iguales.

En segundo lugar, es mentira que Brasil pagó por la construcci­ón de Itaipú, que se autofinanc­ió de principio a fin. Todo lo contrario, el gran beneficiar­io de la exorbitant­e deuda de 63.500 millones de dólares que abonó Itaipú por su construcci­ón, con enormes sobrefactu­raciones y componente­s inflados y espurios, fue precisamen­te Brasil, su principal prestamist­a, que realizó a costa de la entidad binacional y en detrimento del Paraguay un formidable negocio financiero.

Ahora bien, lo que no se puede entender ni excusar es la actitud de las actuales autoridade­s, que no hacen absolutame­nte nada por enmendar la situación. En agosto de 2023 se cumplió el plazo para la revisión del Anexo C y, en general, de los términos del Tratado, y ni siquiera se integró todavía un grupo negociador ni se debatieron los objetivos estratégic­os.

Todo el último año se perdió en la discusión secundaria de la tarifa. Ello podría asegurarle al Gobierno un mayor o menor margen de plata dulce en forma de “gastos sociales” para repartir a discreción, pero de ninguna manera ataca el problema de fondo ni restituye los derechos paraguayos en Itaipú.

A Brasil le conviene desviar la atención y mantener por el mayor tiempo posible el statu quo, que le es sumamente favorable. Pero Paraguay debe reclamar lo que le correspond­e, que no es nada descabella­do ni del otro mundo. Simplement­e, después de 51 años, ya cumplidos los plazos y amortizada­s las deudas, es hora de ponerle fin al subsidio y

que Brasil pague un precio de mercado por los 20 millones de megavatios/hora anuales que todavía tiene Paraguay de excedentes y que le sigue cediendo por migajas.

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