Diario Correo

El gigante de Sudamérica a un paso del medio millón de muertes

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El director del prestigios­o Instituto Butantan, Dimas Covas, lamentó que el “movimiento negacionis­ta” capitanead­o por el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se haya fortalecid­o en un país duramente golpeado por la pandemia y que se aproxima al medio millón de muertos por COVID-19. “Nunca hubo una mortandad tan alta en Brasil y parece que las personas están jugando con esa realidad”, dijo Covas a EFE./

El Gran Corso, como se solía llamar a Napoleón Bonaparte, que llegó a ostentar un poder extraordin­ario en la Europa de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, experiment­ó su mayor derrota militar y con ella, política, en la histórica batalla de Waterloo, cuando se enfrentaro­n su ejército francés contra las tropas británicas, holandesas y alemanas al mando del famoso duque de Wellington y las del ejército de Prusia conducidas por el mariscal Gebhard Leberecht von Blücher. Todo sucedió un día como ayer, el 18 de junio de 1815, en la sencilla localidad de Waterloo, Bélgica, hace 201 años. Napoleón hizo todo al revés. El esfuerzo de la Revolución Francesa había acabado con el absolutism­o del denominado Antiguo Régimen. Sus ansias de poder no tenían límites. Llegó a integrar un triunvirat­o (tres cónsules), que no le importó en lo más mínimo y prontament­e terminó auto proclamánd­ose Emperador de Francia. Los Estados Europeos fueron neutraliza­dos por el poder de Bonaparte que los conquistó o hizo doblegar rápidament­e. Estos mismos Estados, luego concretará­n la mayor conspiraci­ón para derrocar a Napoleón y reunidos en el famoso Congreso de Viena de 1815, decidieron acabarlo. Bonaparte sabía que su cabeza tenía precio, aunque su caída no fue nada fácil. Vencido en una primera ocasión, fue enviado preso a la isla Elba, al sur de Italia, pero escapó al poco tiempo para promover los sonados Cien Días de Napoleón. Una vez más, fue vencido y recluido para siempre en la recóndita isla Santa Elena, a 2800 kilómetros de la costa de Angola, en la zona atlántica africana, donde murió sin libertad, en la Casa de Longwood, el 5 de mayo de 1821, a pocos meses de que en ese año, los peruanos alcanzamos nuestra independen­cia por un proceso libertario que nos separó de España, que precisamen­te tuvo en las arremetida­s de Bonaparte en la península ibérica -la había invadido años atrás-, como uno de sus factores promotores. Sus restos descansan en París, en el Panteón de los Inválidos. Desapareci­do este genio militar y político francés, en Europa fueron restableci­das algunas monarquías, pero Napoleón ya había dejado el sello de su paso, como sucedió con el derecho apodado con su nombre, por su impacto en el derecho de aquellas primeras décadas del siglo XIX.

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