Diario Correo

Entre la verdad y la democracia

- FRANCISCO COHELLO PUENTE Editor general de Correo

Tres meses y 14 días después, el gobierno de Dina Boluarte sufre la extraña dicotomía de que un evento natural como el Yaku ha distraído a las hordas vandálicas que la acechaban y, como toda crisis climática, ha generado en un sector del país un sentimient­o de unidad en torno a su régimen. No obstante, esta sensación, que centrifuga los ataques y apacigua los enconos, no es más que una tregua que acabará en cuanto se abra una rendija por donde filtrar cualquier hecho del pasado digno de sospecha.

Sería bueno, por ello, que la presidenta se dirija al país con la verdad por actos como el presunto financiami­ento de Henry Shimabukur­o a su campaña. Si ha sido así, el lunes y martes de esta semana, la jefa de Estado podría haber perdido la oportunida­d de transparen­tar todos sus actos porque, como en el caso del excomandan­te general de la Policía, Raúl Alfaro, la podredumbr­e, como en las pestilente­s aguas servidas de cualquier colector, flota irremediab­lemente.

No hay que olvidar que el régimen de Pedro Castillo perpetró un asalto al Estado desde la campaña y que junto a Vladimir Cerrón, que ya debería estar preso, ejecutó con su entorno más vil -lo que incluyó a su propia familia- el asalto más grotesco en toda la historia de la República. Si Perú Libre fue la organizaci­ón criminal desde que se tejió este fétido entramado, ¿alguien puede salvarse? Si es así, ¿cuántos son? ¿Está Dina Boluarte en ese grupo?

Ojalá que sí por el bien del país y para que esa verdad sea el arma para combatir los estertores vengativos que emergen desde la Diroes, sin duda alguna. El golpista apelará a todo para socavar a quien considera que lo traicionó.

El problema será que cualquier denuncia con un mínimo de fundamento será la herramient­a para que quienes destilan el veneno de la desestabil­ización se tumben al actual Gobierno. Pero la prensa defiende la democracia, no a los que tengan rabo de paja, aún si los objetivos de los acusadores son subalterno­s.

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