Diario El Comercio

Desde las estrellas

- Escritor

Un viaje siempre nos redescubre y altera nuestra percepción. Sus realidades son tan extrañas como familiares. En La Palma de las islas Canarias (llamadas así por dos magníficos canes que descubrió allí el rey Juba de Mauritania, aunque también es posible que sea un término berebere), me encuentro con tantas afinidades como revelacion­es. Es la más hispanoame­ricana de las tierras españolas. Nuestro acento se parece y algunos términos también. Los canarios son los únicos españoles que dicen “papas” en vez de “patatas”. También descubro que el famoso tondero norteño “Palmero sube a la palma” viene de una canción tradiciona­l canaria, precisamen­te basada en los habitantes de la isla La Palma cuyos gentilicio­s son ‘palmero’ y ‘palmera’. La canción llegó a América gracias a la enorme cantidad de inmigrante­s y se instaló también en México, donde la cantaba María Dolores Pradera. En Chile, Violeta Parra le dio una nueva forma.

Aquí, en el Festival Hispanoame­ricano de Escritores, que dirigen con tanto acierto Nicolás Melini y Juan Jesús Armas Marcelo, los escritores latinoamer­icanos nos sentimos acogidos con las presencias de Mario Vargas Llosa, que en su conferenci­a inaugural habló de la lectura como un antídoto contra la barbarie, y de Jean-Marie Le Clézio, que contó de la influencia que tiene el ritmo y la respiració­n del mar en su prosa. Héctor Abad dijo que habitar una isla es una señal de poderío y de dominio. Rosa Beltrán, al hablar de la vigencia de las noticias falsas, recordó que cuando mataron al candidato Colossio en México, el Gobierno contrató a una vidente llamada La Paca para descubrir al asesino. No es inusual en nuestras tierras que las ficciones se conviertan en realidades.

Tierra de leyendas, la isla de La Palma es también el centro de un gran observator­io de astrofísic­a. Ubicado en Roque de los Muchachos, a casi dos mil quinientos metros de altura, el observator­io tiene telescopio­s giratorios que registran luces de estrellas de millones de años de antigüedad. Algunas de esas luces vienen de sistemas anteriores a la existencia de nuestro planeta, y es posible que hayan desapareci­do aun cuando su luz sigue brillando en nuestros cielos. El alojamient­o tiene algo de monasterio y sus habitantes pueden ser vistos como devotos felices, dedicados a la prodigiosa observació­n del universo. Le pregunto a uno de los científico­s si se han encontrado algunos vestigios de vida en otras galaxias y me dice que no hay evidencias contundent­es. Mientras caminamos por los senderos junto a esos telescopio­s alucinante­s, un par de cuervos nos recuerdan que en el mundo no solo existen las luces de las estrellas, sino también los heraldos de la oscuridad. Pero estos cuervos se acercan a nosotros y se rinden de felicidad con el chocolate que le dan algunos escritores. Los extremos del mundo parecen tocarse.

O tal vez integrarse. Uno de los científico­s nos informa del hallazgo de “las enanas blancas”. Se trata de dos cuerpos celestes que giran uno alrededor del otro en órbitas que duran cinco minutos. Nos dice que en estos casos pueden producirse dos fenómenos. Uno es la colisión y el otro la integració­n de ambos soles en una sola estrella. Alguien comenta que los seres humanos imitamos el movimiento de la naturaleza. La colisión o la integració­n parecen ser también nuestro destino cósmico (hasta la política peruana puede ser ejemplo). De vuelta a las reuniones del festival de La Palma, con las salas llenas de público, uno siente que las palabras están hechas para viajar y para quedarse entre nosotros. Pocos idiomas son tan diversos como el español, y estas islas nos lo recuerdan bajo las estrellas.

“Las palabras están hechas para viajar y para quedarse entre nosotros”.

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ILUSTRACIÓ­N: ROLANDO PINILLOS ROMERO
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