Diario El Comercio

Sobrevivie­ndo a ser hijos

“Geografía de la oscuridad” Comentamos el más reciente libro de cuentos de la autora peruana Katya Adaui (Lima, 1977), publicado por la editorial española Páginas de espuma.

- José Carlos Yrigoyen

C¿En qué consiste esa “Geografía de la oscuridad” con que Katya Adaui ( Lima, 1977), ha titulado este libro descarnado, de humor triste y mirada perspicaz? Sus cuentos nos dan la respuesta al examinarlo­s de modo panorámico: constituye­n una geodesia de las relaciones familiares en que ni siquiera las aguas o los márgenes alejados del elemento humano permiten el equilibrio y la paz para librarnos de las ubicuas sombras paternas, acosadoras de nuestra condición vital. No hay lugar donde huir de los padres fríos e implacable­s que pueblan el mundo de Adaui. De ahí su desasosega­da tensión narrativa, casi el sello personal de una autora en todo el sentido de la palabra.

“Todo lo que tengo lo llevo conmigo”, el extenso y brillante cuento que inaugura su libro anterior, “Aquí hay icebergs” (2017), trazaba una entidad que, con diferentes máscaras y afeites, recorre varias de sus composicio­nes: la de una madre dura, cruel, violenta de obra y palabra, que agobia y marca con hierro candente el destino de sus hijos. “Geografía de la oscuridad”, recoge también esa presencia en textos como “En lugar seguro”. Los diálogos del personaje principal y su progenitor­a se impregnan de un odio que suplica, de un desprecio que convoca (“Mamá. Qué. Si pudiera, te ahorcaría. Y yo a ti. La apunta con el bastón: si no tuvieras esa coraza”). Ese mundo planteado por Adaui parece advertirno­s que solo el trato despiadado es capaz de extraer algo de verdad en las relaciones humanas.

Aún más compleja es la relación de los hijos con sus padres. Estos tampoco son ajenos a la indiferenc­ia o a la facilidad para causar dolor, pero agregan a sus figuras otros elementos no menos perturbado­res. Por ejemplo, en “Los pulpos tienen tres corazones”, el padre del protagonis­ta celebra su autodestru­cción: malvive en un recinto degradado y penoso donde reina con patético orgullo (“¿Por qué me miras así? Estás viendo un hombre libre. Alégrate”). “El que no está”, es una pieza tan breve como tajante, reveladora del fracaso de una paternidad puesta a prueba en el contacto con la muerte: después del ahogamient­o de un niño en el mar, asistimos a esta escena: “Mi padre no dijo una palabra más hasta que el hombre le habló. Antes de que se bajara, le recomendó tener otro hijo. A mí me nombró como el que no está”.

Pero, como ocurre en “Aquí hay icebergs”, el personaje de excepción es el lenguaje, terso, alto, notable al jerarquiza­r las palabras justas, en callar lo que el corazón infiere. Desde ese aspecto, no hay duda de que “Geografía de la oscuridad” significa una sensible evolución para Adaui. Ha poetizado su discurso sin caer en la retorizaci­ón que muchos confunden con lirismo etéreo. Ha logrado el difícil ob

“No hay lugar donde huir de los padres fríos e implacable­s que pueblan el mundo de Adaui”.

jetivo de que algunos de sus cuentos –los más esenciales y delicados, tipo “Lagartijas” o “Una lengua extranjera”– alcancen la rara condición anfibia de ser narracione­s y poemas en prosa al mismo tiempo. Podrían pertenecer a Clarice Lispector o a Marianne Moore. La raíz y los brotes parten de esa estirpe.

La voluntad innovadora de Adaui, constante en sus libros anteriores, no descansa en estos textos. Las alteracion­es de tiempos y espacios, de voces y perspectiv­as configuran historias como “Correr” o “Un baño de oro”, que, siendo interesant­es, no siempre sortean los riesgos de la pérdida de f luidez y hasta de orientació­n. Cuando dichos recursos están moderados dentro de cierta linealidad, Adaui consigue joyas – “Por cosas de hombres no debes dejar de creer en Dios”, “El reino de lo impar” o “Nosotros, los náufragos”– francament­e antológica­s. Contra la derivativa funcionali­dad de lo autorrefer­encial, nos ofrece imágenes que calan y hacen daño. O que nos reconcilia­n con el mordaz mecanismo de la realidad.

“No se puede hablar de libertad si no se habla de prisiones”, dijo la secreta pero excepciona­l novelista Monique Lange. Esa es una de las claves para asir la proposició­n que Adaui nos entabla: una donde solo podemos hallar luz en los contrastes. Su relato “Los animales en los cuerpos de mis hijos” es una prueba fehaciente de la circunstan­cia de una libertad que es humana porque se vive con miedo.

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VICTOR AGUILAR RUA
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Autora: Katya Adaui. Editorial: Páginas de espuma. Año: 2021. Páginas: 118. Relación con la autora: cordial.
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