¿Tomar leche de vaca para prevenir el COVID-19?
Es sabido que la leche contiene biocomponentes altamente defensivos frente a las infecciones. Partiendo de esto, especialistas de la Universidad de Córdoba (España) investigan cómo la leche de vaca puede ser una ayuda para reforzar el sistema inmunitario contra el CO
MVID-19. Esto sería posible por la inmunidad cruzada que genera el animal vacunado frente al coronavirus bovino y que aplacaría también el SARS-CoV-2. Así, se puede inactivar el virus en personas infectadas o prevenir la enfermedad en aquellas no vacunadas. i madre no salía de casa desde el entierro de mi padre, hace nueve años. Apenas había tenido desplazamientos mínimos, propios de ventilación antes que de vitalidad. La vejez y el olvido promueven quedarse quieto, esperando algo que no llega.
El día que le tocaba su vacuna la logística se convirtió en la protagonista del evento: la silla de ruedas, la doble mascarilla, plásticos sobre las caras y la etílica esperanza purificadora del alcohol que bañaba todo. Lo demás era el miedo respirando en la nuca.
En el camino a La Videna, no reconocía las calles. El paisaje le era ajeno, aunque de una manera confusamente familiar. Casas que ya no estaban, o grifos y edificios que parecían haber surgido del suelo. Identificó la avenida Javier Prado. Al llegar al cruce con la Arequipa, dijo: “Ahí está el cine Orrantia, ¿qué están dando?”. Pues nada. O todo. Ahora es un templo donde se le habla a Dios.
Intentar vacunarla desde al auto fue un error. La cola de autos daba la vuelta a dos esquinas de La Videna y, al llegar al último lugar de la cola, ya no aceptaban más gente. Faltaba poco para que cierren el vacunatorio. El sistema nervioso hizo lo suyo. Iba a perder su turno y seguro se había contagiado en esta salida sin propósito.
Sin embargo, la entrada peatonal de La Videna fue tranquila y amable. Voluntarios gentiles tenían a su cargo la orientación en medio de una organización ajena a lo que se entiende por peruana. Un inmenso y moderno coliseo deportivo albergaba centenas de ancianos que se ponían a salvo de la muerte sin estar plenamente al tanto de ello.
En diez minutos, ella ya estaba vacunada. El alivio del temor acumulado era tangible, un peso registrable en balanza. Ella sonreía, pero por otros motivos. Decía: “¡ Qué lindo está el Amauta!”.
Eso fue en abril, cuando había el doble de muertes y las elecciones no parecían terminales. En junio, después de la segunda vuelta y haciendo uso de un antiguo pasaje de cuando no costaban un riñón, viajé a vacunarme. Preparé respuestas para migraciones, y acreditaciones de una longeva asma crónica, acopiando diagnósticos y recetas y portando el Ventolín como talismán. Nada de eso fue necesario. No preguntaron ni la hora. Fue un pinchazo banal y sin gloria.
Esa aguja me convirtió en uno de los pocos miles de privilegiados con una vacunación afuera. No sentí culpa, pero tampoco alivio. Solo extrañeza y trisdonuts,