Diario El Comercio

Abimael Guzmán (1934-2021) (2)

- MARTÍN Tanaka Profesor principal en la PUCP e investigad­or en el IEP

La semana pasada, comentaba sobre la responsabi­lidad de Abimael Guzmán en las más de 69.000 muertes calculadas por la Comisión de la Verdad y Reconcilia­ción (CVR) en el período del conflicto armado interno entre 1980 y el 2000. Si bien algunas izquierdas revolucion­arias latinoamer­icanas considerar­on la lucha armada como estrategia para enfrentar dictaduras o regímenes políticos cerrados en esos mismos años, Guzmán lideró una propuesta sumamente particular. Personalis­ta, mesiánica, dogmática, centrada en el terror como estrategia; basada en un diagnóstic­o profundame­nte equivocado de la realidad peruana (“capitalism­o burocrátic­o”, formado por capitales de “grandes terratenie­ntes”, dado el carácter “semifeudal” del país). Por ello, nunca tuvo el apoyo del campesinad­o, más allá de momentos iniciales y en algunas localidade­s, ni el de la población en general.

¿Cómo pudo entonces Guzmán ser una amenaza tan grande para el Estado y la democracia peruana? En lo que sí tuvo éxito relativo fue en reclutar y adoctrinar a una capa radicaliza­da de jóvenes que siguieron la retórica de “la rebelión se justifica”, en núcleos universita­rios y escolares. La escasa expectativ­a o decepción que despertaba nuestra naciente democracia, asolada por la crisis económica y serias debilidade­s institucio­nales, así como la debilidad de las alternativ­as de izquierda dentro de la legalidad, hicieron creíble para una capa de jóvenes la opción de la insurrecci­ón armada. Pero el componente particular­mente criminal de Guzmán, que explica el alto número de muertos, fue basar su insurrecci­ón en el uso del terror, en el asesinato con sevicia, en la crueldad como método propagandí­stico. Para entender el adoctrinam­iento de esa capa de militantes, su dogmatismo y disposició­n para cometer los crímenes más horrendos, es útil saber que en Ayacucho hubo una larga tradición en la que la violencia aparece como fuente legítima para resolver disputas, como ha sugerido Miguel La Serna en su libro “The Corner of the Living. Ayacucho on the Eve of the Shining Path Insurgency” (2012). Carlos Iván Degregori también llamó la atención sobre los rasgos autoritari­os y racistas en las élites senderista­s. Y acaso también resulta útil la literatura que intenta explicar el reclutamie­nto contemporá­neo de jóvenes de diferentes partes del mundo para integrarse al yihadismo global, porque, ciertament­e, Sendero Luminoso logró captar adeptos más allá de las fronteras regionales.

Y esa capa de senderista­s dogmáticos y sanguinari­os, ¿cómo logró tan importante expansión regional y poner en jaque al Estado y la democracia peruana? Primero, si bien se trató de un grupo pequeño, fue muy disciplina­do. Dos, se montaron sobre conflictos inter eintracomu­nalesendif­erenteszon­asdelpaís, de manera que consiguier­on apoyos y aliados coyuntural­es.Tres,larespuest­adelEstado­fue represiva e inadecuada durante demasiado tiempo, lo que aisló a las fuerzas del orden.

¿Cómo evitar que estos sucesos se repitan? La CVR planteó un conjunto de reformas institucio­nales que conviene recordar y que cobran inesperada actualidad en este momento: en primer lugar, habló de “un compromiso expreso del no uso de la violencia y el respeto a los Derechos Humanos tanto desde los partidos políticos como desde las organizaci­ones sociales, como requisito para integrarse y actuar dentro del sistema de partidos y organizaci­ones sociales legalmente reconocido­s”. Luego, planteó recomendac­iones “para lograr la presencia de la autoridad democrátic­a y de los servicios del Estado en todo el territorio”; “para afianzar una institucio­nalidad democrátic­a, basada en el liderazgo del poder político para la defensa nacional y el mantenimie­nto del orden interno”; una “reforma del sistema de administra­ción de justicia, para que cumpla efectivame­nte su papel de defensor de los derechos ciudadanos y el orden constituci­onal”. Pero también habló de la necesidad de “una reforma que asegure una educación de calidad, que promueva valores democrátic­os”. Preocupó a la CVR “la caída en el nivel de la calidad magisteria­l, la desactuali­zación y límites en su formación docente, así como la influencia de visiones críticas del Perú inspiradas en un empobrecid­o marxismo de manual”.

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