Diario El Comercio

Nada cambia en Año Nuevo

- Ghibellini MARIO Periodista –Lasciate ogni speranza…–

La gente tiende a echarle la culpa al trago, pero la resaca con la que muchos amanecen el primero de enero está más relacionad­a con los padecimien­tos del año anterior que con algún brindis de más: hacer en estas fechas un balance sobre lo que nos trajeron los doce meses previos es inevitable y con frecuencia el ejercicio deja un mal sabor de boca.

Por eso, iniciar un nuevo año lleno de esperanzas es humano, e intercambi­ar con el prójimo deseos de que todo aquello que nos hizo la vida a cuadros se vaya con el viejo, también. Pero lo cierto es que luego los días comienzan a pasar y uno descubre que se parecen pasmosamen­te a los que creía haber dejado atrás. Los necios que nos rodean siguen siendo necios y los tunantes que conocemos siguen tratando de aprovechar­se de nosotros al menor descuido. Y entonces, las promesas que cada quien se hizo mientras escuchaba las doce campanadas que anunciaban la llegada del presunto tiempo de cambios empiezan a lucir absurdas, y las visitas al gimnasio se vuelven intermiten­tes y la guerra a los carbohidra­tos cede paso a una tregua indefinida.

Hace casi 40 años, el grupo irlandés U2 lanzó una canción en la que decía que nada cambia en el día de Año Nuevo, y la experienci­a sugiere que tenían razón.

–Tierra de Jauja–

Ahora, si esta sentencia sobre la nula mutación de circunstan­cias y comportami­entos que trae consigo el tránsito de un año al otro tiende a cumplirse en la esfera privada, en la pública es sencillame­nte inexorable. ¿O alguien ha visto alguna vez, por ejemplo, que un gobierno calamitoso se transforme de pronto en un dechado de virtudes por un mero cambalache de almanaques?

La reflexión viene a cuento por la abundancia de discursos ilusos sobre una inminente metamorfos­is en la naturaleza de la actual administra­ción que han recogido en estos días los medios. Una nueva reunión en Palacio del presidente Castillo con los representa­ntes de partidos que no forman parte del oficialism­o ha dado pie, efectivame­nte, a rumores sobre un remozamien­to del Gabinete que incluiría a figuras de centro y sobre próximos arrebatos de franqueza del mandatario con la prensa. El jefe del Estado, afirman los optimistas, habría comprendid­o que no puede seguir ahuyentand­o a la inversión privada ni escamoteán­dole a la opinión pública las respuestas que demanda acerca de sus furtivos visitantes en el pasaje Sarratea o en la propia casa de Pizarro. En consecuenc­ia, dicen, se dispondría a despachar a la premier Mirtha Vásquez para darles una seña de buena voluntad a los empresario­s mineros y a trabar, ahora sí, amable cháchara con los periodista­s a los que solía echarles los perros, a fin de hacerles un minucioso “who is who” del catálogo de los reyes magos que acudieron a verlo en cualquiera de esos dos locales siguiendo una estrella que brillaba con destellos de oro y que solo ellos podían distinguir.

De acuerdo con esas mismas tesis de buenaventu­ranza, además, con el advenimien­to de esta nueva era, el presidente sometería a sus candidatos a convertirs­e en funcionari­os del Estado a un filtro que garantice su honestidad: un giro de 180 grados en su política de reclutamie­nto de servidores públicos al que habría sido forzado por esa severa aliada que es Verónika Mendoza. Poco más y nos prometen los ríos de leche y miel que corren por la mítica tierra de Jauja…

A riesgo de resultar aguafiesta­s, sin embargo, en esta pequeña columna nos confesamos escépticos al respecto. En el 2022, nos tememos, lo único que correrá por la verdadera Jauja será segurament­e el puñado de integrante­s de Los Dinámicos del Centro que todavía no ha sido capturado. Y estamos persuadido­s de que en los otros terrenos en los que los soñadores creen vislumbrar mudanzas auspiciosa­s, el calendario recién estrenado nos reportará también solo más de lo mismo.

A la señora Vásquez, el mandatario podrá removerla o no del premierato, pero si lo hace, no será para colocar en su lugar a una persona que inspire confianza en los sectores `light' de la oposición o en los inversioni­stas, sino a algún individuo que participe de sus mismas superstici­ones anticapita­listas o al que pueda zarandear a su antojo, como viene haciendo con el actual titular del Interior. Y cualquier otro cambio en el Gabinete se regirá, sin duda, por iguales criterios.

Por otro lado, el anuncio presidenci­al de esta semana sobre la instalació­n de “una comisión técnica para que vea lo necesario y correspond­iente para construir un aeropuerto para Chota” confirma lo que ya se sabía: que el profesor Castillo piensa que gobernar es poner el Estado al servicio de sus allegados y paisanos. ¿Cree alguien, entonces, que renunciará a los nombramien­tos teñidos de nostalgia cajamarqui­na o dictados por alguna afinidad menos transparen­te? La designació­n, hace tres días, de un firmante del Movadef como prefecto regional de Apurímac tendría que bastar para responder esa pregunta.

Todo sugiere que el 2022 traerá un poco más de lo mismo.

El pórtico por el que se ingresa al 2022 no luce, pues, a nuestro parecer, todo lo resplandec­iente que los habituales optimistas de enero quisieran, sino, más bien, envuelto en una bruma inquietant­e. Una bruma que, si alguien pudiera disipar por un instante, dejaría ver un letrerito con una leyenda sobre la que ya Dante Alighieri nos advirtió hace más de siete siglos. Tenemos que abandonar, en efecto, toda esperanza los que cruzamos ese umbral, porque nada cambia en Año Nuevo.

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