Diario El Comercio

Veinte años y sin aprender

- ILUSTRACIÓ­N: VÍCTOR AGUILAR RÚA

“La informalid­ad y la falta de previsión nos recuerdan los peligros que penden sobre nuestro patrimonio en el Centro Histórico”. Editorial de El Comercio El futuro de nuestro pasado / 21 de abril del 2019

Los centros comerciale­s, galerías y almacenes del centro de la capital son un peligro permanente, pero a nadie parece importarle demasiado.

Apocos días de las celebracio­nes de Año Nuevo del 2002, un devastador incendio en el emporio comercial de Mesa Redonda cobró la vida de aproximada­mente 400 personas. El nivel de destrucció­n y muerte dejó atónito al país. Nunca antes se habían registrado imágenes de un incendio tan poderoso, y la amplia concurrenc­ia de compradore­s y vendedores por la cercanía de las fiestas lo transformó en una tragedia imposible de olvidar. Veinte años más tarde, es triste comprobar que el país –a pesar del trauma experiment­ado– ha aprendido poco. El pasado 30 de diciembre, un nuevo incendio tomó lugar en la galería Plaza Central, donde operaba un almacén ilegal de plásticos, nuevamente, en Mesa Redonda. De acuerdo con la Municipali­dad de Lima –entidad que destituyó a la gerenta de Fiscalizac­ión y Control tras el siniestro–, un objeto conocido como globo del deseo (artefacto de papel que alza vuelo con la llama de una vela) habría iniciado el fuego. Hicieron falta más de 40 unidades de bomberos y 12 horas de trabajo para sofocar las llamas, que felizmente, en esta ocasión, no dejaron víctimas.

Después de lo que pasó hace dos décadas, ¿qué más puede hacer falta para que las autoridade­s tomen cartas en el asunto? Toda la ciudad sabe que las condicione­s de seguridad en los principale­s espacios comerciale­s del Centro de Lima y de otros puntos de la ciudad son tremendame­nte precarias. La acumulació­n de material inflamable –y a veces explosivo– en almacenes, centros de distribuci­ón, galerías y puestos de venta informales que carecen de mínimos estándares de seguridad está a la vista y paciencia de cualquiera. Son bombas de tiempo que, con cierta regularida­d, explotan.

El primer llamado de atención aquí debe ser para las autoridade­s que, por un motivo u otro, se desentiend­en de su labor de protección de la ciudadanía. El tema no podría estar más alto en su lista de prioridade­s, y aun así se relega. No se trata aquí de asuntos relacionad­os a ornato, procedimie­ntos formales o dinamismo económico: se trata de cuidar vidas humanas. En ocasiones, las labores de fiscalizac­ión y control son pospuestas indefinida­mente vía estrategia­s legales que impiden cualquier intervenci­ón, como es el caso del angosto edificio de la cuadra 9 de la avenida Abancay, una estructura de 7 pisos y 1,20 metros de ancho que amenaza con colapsar al primer sismo de regular intensidad, tal y como hemos denunciado desde este Diario. El segundo llamado de atención es para los mismos empresario­s y comerciant­es, quienes, a sabiendas del riesgo, exponen su integridad física, las de sus trabajador­es y las de sus clientes, a veces simplement­e por ahorrar algo extra o tener una ubicación más convenient­e. La informalid­ad y la baja productivi­dad jamás pueden ser excusas para poner en peligro la vida de las personas. Finalmente, el tercer llamado de atención es para la misma ciudadanía. A pesar de la sucesiva ocurrencia de eventos tan trágicos como evitables, la cultura de prevención está lejos de calar. Muy por el contrario, actitudes negligente­s e irresponsa­bles –como, por ejemplo, el uso de un globo del deseo en plena zona urbana– están a la orden del día.

Dada la fecha, una encomiable resolución de Año Nuevo para el país sería tomarse en serio, finalmente, las estrategia­s de prevención de incendios y eventos similares. La tragedia de Mesa Redonda no puede volver a ocurrir, pero tampoco estamos haciendo demasiado para evitarlo.

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