Diario El Comercio

Su nombre era Rodrigo

- BRENDA Alvarez Alvarez Presidenta de Proyecta Igualdad* *La autora es abogada e integrante del equipo de defensa de la familia.

Ser trans en el Perú y en algunas partes del mundo puede costarte la vida. Según Onusida, la esperanza de vida de una persona trans es en promedio de 35 años, mientras que el promedio general está alrededor de los 75 años. Los factores que inciden en esta dolorosa cifra no están intrínseca­mente vinculados a la identidad de género; encuentran, más bien, su origen en la discrimina­ción estructura­l que existe contra las personas cuyas identidade­s desafían las normas sociales hegemónica­s; las que, además, les fueron impuestas desde su nacimiento, a través de las normas sociales de crianza y los parámetros de identifica­ción del DNI.

Esta discrimina­ción inicia a edades muy tempranas, en la infancia o adolescenc­ia; abarca todas las esferas de la vida, la familia, el barrio, la escuela y el Estado; se extiende a todos los espacios, los parques, el Congreso, las plazas públicas y también los aeropuerto­s. La transfobia, que es el rechazo que sufren las personas trans por cuestionar las normas de género tradiciona­les, tiene múltiples rostros. Puede expresarse a través de asesinatos, golpes, insultos, la privación de derechos básicos, acoso, la no aceptación de la identidad de género, la desprotecc­ión del Estado, entre otras.

Es precisamen­te la transfobia la causante de que el promedio de vida para estas personas sea de 35 años. Rodrigo Ventosilla iba a romper este amargo presagio, iba a ser la excepción. Cuesta arriba, logró ser un brillante economista, servidor público y activista por los derechos de las personas trans. Fue becado en Harvard y se encontraba cursando sus estudios de maestría en Gestión Pública. Él iba a regresar al país para trabajar en la modernizac­ión del Estado. Amaba el Perú y por eso sentía un compromiso genuino con mejorar nuestras condicione­s de vida a través del servicio público en el Ministerio de Economía y Finanzas, el Ministerio de Educación y su activismo en Diversidad­es Trans Masculinas, una organizaci­ón de la que era fundador.

De nuestro país no podemos decir lo mismo. Le dio la espalda en múltiples oportunida­des. No logró acceder a un documento de identidad que lo reconocier­a como Rodrigo, pues en el Perú no existe una ley de identidad de género. Tuvo que viajar a Chile para casarse con el amor de su vida, Sebastián, pues aquí no existe figura jurídica alguna que proteja a su familia.

El 6 de agosto, cuando llegaba a celebrar su luna de miel, Rodrigo fue detenido en Bali, Indonesia, luego de ser identifica­do como una persona “sospechosa”. Ahí empezó una pesadilla de la que aún, quienes lo conocimos, no podemos despertar. Él y su esposo, detenidos sin las garantías de un debido proceso, fueron discrimina­dos, incomunica­dos, extorsiona­dos y sometidos a actos de tortura. Bajo custodia policial, Rodrigo perdió la vida. Su muerte pudo evitarse si el Ministerio de Relaciones Exteriores hubiera cumplido con sus obligacion­es de protección.

Hace un mes, una vida prometedor­a se apagó por la transfobia, el abuso de poder y omisiones nada inocentes. Es momento de que el Estado salde las múltiples deudas que mantiene con Rodrigo y con todas las personas trans e inicie el camino para que este país deje de doler(nos).

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