Diario El Comercio

La informalid­ad laboral agrava las brechas sociales en el Perú

- Miguel Jaramillo Baanante Investigad­or principal de Grade

La falta de interés en la problemáti­ca de la informalid­ad llama la atención tanto desde un gobierno que dice ser del pueblo como de sus tribunas de apoyo en la izquierda política, que reclaman como propiedad exclusiva los intereses de las grandes mayorías. El foco de la actual administra­ción en tratar de mejorar las condicione­s de los trabajador­es en el sector formal de la economía vía reformas legales (elevar salario mínimo, limitar la tercerizac­ión y promover la sindicaliz­ación, por ejemplo) tiene un lado que ignora sistemátic­amente: hace más onerosa la contrataci­ón formal y arriesga generar un club de trabajador­es formales incluso más exclusivo que el actual. Nada de esto parece preocuparl­es al gobierno y su deprimida base de apoyo. El rasgo central de esta administra­ción es que sus líneas de acción se orientan a atender los intereses de grupos pequeños (e incluso individuos) y el tema laboral no es excepción a este enfoque.

Una i nvestigaci­ón reciente, sin embargo, muestra claramente que la precarieda­d en las condicione­s de vida –asociada al nivel socioeconó­mico de los hogares más pobres– solo se acentúa a través de la inserción al mercado laboral informal. En efecto, existe un ‘continuum’ que va desde crecer en un hogar pobre, pasar por una educación deficiente e incorporar­se al mercado laboral informal. Más aún, las primeras experienci­as laborales predicen las condicione­s laborales en el futuro: aquellos jóvenes que inician su vida laboral en condicione­s precarias tendrán empleos de más baja calidad más tarde en su carrera. Es claro, entonces, que cualquier agenda laboral en favor de los más pobres debería tener como punto central el combate a la informalid­ad.

Hasta antes de la pandemia, en medio de mucha heterogene­idad, los indicadore­s más agregados de los jóvenes en el mercado laboral eran positivos: sus tasas de participac­ión y de empleo estaban entre las más altas de la región y eran particular­mente superiores a las de los países de mayores ingresos –Brasil, Chile, Argentina, Uruguay–.

Las percepcion­es de bienestar de los propios jóvenes, sin embargo, reflejaban un panorama bastante más preocupant­e. La satisfacci­ón de nuestros jóvenes con el ingreso familiar y con la vida en general nos ponía en la parte más baja de la distribuci­ón de países de la región. Detrás de estas percepcion­es, las condicione­s de trabajo mostraban un cuadro problemáti­co. Para comenzar, entre los jóvenes asalariado­s, el 71% trabajaba de manera informal (sin contrato), en comparació­n con 52% para el total de asalariado­s.

Las brechas entre trabajador­es formales e informales son el principal factor detrás de la desigualda­d laboral juvenil. Los jóvenes que trabajan en la informalid­ad ganan en promedio 40% menos que los que tienen un empleo formal. Puesto que los beneficios sociales están atados a la formalidad, los jóvenes en la informalid­ad no tienen acceso a protección social. Más aún, la incidencia de remuneraci­ones muy bajas es mucho mayor en el sector informal. La OECD (2019) estimó que la probabilid­ad de caer por debajo de un umbral de salarios bajo era seis veces más alta entre los jóvenes en el sector informal. En contraste, la probabilid­ad de obtener un mejor empleo era bastante más alta entre los jóvenes en el sector formal.

Más importante en términos de la carrera laboral es que, como mostramos en una investigac­ión reciente, la probabilid­ad de que un asalariado informal reciba capacitaci­ón en la empresa es 20 puntos porcentual­es inferior a la de uno formal, independie­ntemente del tipo de contrato que tenga. Este es uno de los factores que están detrás de la observació­n de que las condicione­s laborales de los primeros empleos predicen la calidad de los empleos futuros. Si bien la probabilid­ad de tener un empleo formal para un joven es mayor conforme incrementa su experienci­a en el mercado laboral; esto es, es más probable que un joven entre los 25 y 29 años tenga un empleo formal que uno entre 21 y 25, aquellos que comenzaron con un mejor empleo van a tener mejores condicione­s de trabajo. Después de los 30 años, entrar en la formalidad es cada vez más improbable.

La evidencia sugiere, entonces, que tiene sentido invertir en mejorar l as primeras experienci­as laborales de los jóvenes. Políticas orientadas a mejorar las posibilida­des de que un joven tenga una primera experienci­a laboral en un empleo formal temprano en su carrera tienen muchísimo sentido. Un gobierno para el pueblo debería considerar este tipo de políticas.

“Después de los 30 años, entrar a la formalidad es cada vez menos probable”.

“La evidencia sugiere que tiene sentido invertir en mejorar las primeras experienci­as laborales de los jóvenes”.

El Comercio no necesariam­ente coincide con las opiniones de los articulist­as que las firman, aunque siempre las respeta.

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ILUSTRACIÓ­N: VÍCTOR AGUILAR
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