El rechazo al proyecto constitucional en Chile
Varios factores explican por qué el documento elaborado por la Convención Constitucional no fue aprobado de manera contundente.
¿Cómo explicar que en el 2020 un 78% estuvo a favor de una nueva Constitución redactada por una Convención Constitucional elegida por voto popular, y en el 2022 un 61% de los votantes rechazara el proyecto de Constitución redactado por esa convención?
En el artículo “¿Nuevo giro a la izquierda en América Latina?” decíamos que, desde el 2018, el partido en el gobierno perdió la siguiente elección presidencial en 14 ocasiones consecutivas. Añadíamos que la prueba de que había un giro contra el oficialismo y no en favor de la izquierda era que, cuando la izquierda era el oficialismo, también perdía la siguiente elección competitiva. Eso proveería una primera explicación: cuando se realizó el primer plebiscito en Chile, la izquierda era oposición. En cambio, cuando se realizó el segundo plebiscito, la izquierda era gobierno y vio deteriorar su nivel de aprobación.
Una segunda explicación sería que el plebiscito que aprobó la redacción de una nueva Constitución a través de una convención fue distinto que el plebiscito que rechazó la propuesta de Constitución elaborada por esa convención. De un lado, el primero se realizó después de las mayores movilizaciones de protesta en el Chile contemporáneo y durante la pandemia del COVID-19.
Las movilizaciones explicarían por qué los jóvenes, más progresistas pero menos proclives a votar que la media del electorado, acudieron a votar en una proporción mayor de lo habitual. La pandemia explicaría por qué los adultos mayores, más conservadores y más proclives a votar, acudieron en menor proporción de lo habitual. A lo cual habría que sumar el hecho de que, mientras en el primer plebiscito el voto fue voluntario, en el segundo fue obligatorio: eso contribuye a explicar por qué, mientras en el primero votaron cerca de ocho millones de chilenos, en el segundo votaron más de 13 millones.
Una tercera explicación sería que, contra la disyuntiva sin matices que contenía la cédula de votación (aprobar o rechazar), una mayoría del electorado sí percibió matices en la contienda: según una encuesta de Cadem, solo un 17% y un 12%, respectivamente, estaban por el rechazo o la aprobación sin matices. Pero un 35% estaba por “rechazar para renovar” (es decir, querían cambios constitucionales, pero no el texto bajo consulta), mientras un 32% estaba por “aprobar para reformar” (es decir, aprobar el proyecto bajo consulta para luego modificarlo). Quien mejor entendió esos matices fue la derecha tradicional (agrupada en el frente Chile Vamos): en forma temprana se diferenció tanto del Partido Republicano (partidario de mantener la Constitución legada por Pinochet virtualmente sin cambios), como del oficialismo (que, tarde y con divisiones internas, finalmente ofreció reformas en temas como el de la plurinacionalidad si se aprobaba el proyecto constitucional).
Es cierto que, durante la campaña, sectores de la derecha mintieron sin escrúpulos sobre el contenido del proyecto constitucional (el senador Felipe Kast, por ejemplo, dijo que este permitiría el aborto hasta los nueve meses de embarazo). Pero también hubo campañas de desinformación antes del primer plebiscito o de la última elección presidencial, sin que estas surtieran mayor efecto. Una diferencia en esta ocasión fue que parte de la izquierda les facilitó la tarea, con propuestas (finalmente no recogidas en el proyecto de Constitución), como la de disolver todos los poderes del Estado para reemplazarlos por asambleas populares.