El activismo de un impecable show
Coldplay en Lima Apoteósico, colorido, emocionante. La banda británica jugó a lo suyo y no decepcionó a sus fanáticos en dos conciertos seguidos en el Nacional.
¿Cómo pasó Chris Martin de caminar solitario por la playa de Studland (como en el video de “Yellow”) a ser una megaestrella que llena estadios cinco veces por semana? Así es como se puede resumir el meteórico ascenso, en poco más de 20 años, de la banda británica Coldplay: muchachos que empezaron haciendo discreto rock alternativo y que ahora llevan de gira por el mundo uno de los mejores shows de la actualidad.
La noche del martes lo demostraron con el primero de los dos conciertos agendados en el Estadio Nacional. Festín de luces, pirotecnia y otros efectos especiales que tienen como uno de sus principales ganchos la interactividad con el público. Lo dicen en las pantallas gigantes: hay códigos QR para sus páginas web, `hashtags' para compartir la experiencia en redes sociales, y una machacona campaña ambientalista que se ha convertido en uno de sus rasgos principales.
Porque, claro, todos los elementos del concierto de Coldplay son socialmente responsables, biodegradables, reutilizables, etc. Y el énfasis se pone en la limpieza de los océanos, la rehabilitación de la vida silvestre y otros activismos solo equiparables al de la joven Greta Thunberg. A estas alturas, nos queda claro que Coldplay es una suerte de banda ONG y que Chris Martin es el nuevo Bono del siglo XXI. Porque si el vocalista de U2 parecía en algún momento obsesionado con ganar el Nobel de la Paz, Martin no se queda atrás.
Obviando toda esa dimensión oenegera, hay que señalar que la calidad del concierto de Coldplay es inapelable. Dos horas de entrega continua y pareja, que han aprendido a dominar a la perfección.
Antes de que salieran al escenario, una joven Andrea Martínez –la telonera peruana– cumplió con un público que apenas la conocía, pero que enganchó con su performance. Y la cubano-estadounidense Camila Cabello deslumbró con su particular mezcla de dulzura pop, `twerking' sensual, y el recurso de la conexión latina.
—Explosión musical—
Bordeando las 9:20 p.m., llegaba el turno de Coldplay. Sonaba el tema clásico de “E.T.” y se activaban dos grandes pantallas laterales, mucho confeti, gigantescos balones que recorrían la masa humana, y las pulseras de luces que llevaba cada asistente en la muñeca. El arranque fue con “Higher Power”, energética y coreada con fruición.
“The Scientist” fue otra de las más aplaudidas de la noche, y tras ella Chris Martin empezó a dar muestras de su bonachona actitud articulando un español pobre, pero esforzado. “Muy agradecido de estar juntos en este mundo loco”, masticaba el vocalista. “Pese al COVID, el tráfico, la economía, la corrupción”, agregaba.
Luego empalmó con la popular “Viva la vida”, pero fue en ese momento que Martin comenzó a mostrar algunos problemas en la voz que lo acosaron el resto de la presentación. Tuvo que parar en más de una ocasión, beber agua, y maquillar sus dificultades apoyándose en el coro del público.
Clásicas de sus primeros discos, como “In My Place” o “Yellow”, fueron las canciones en las que Martin se mostraba más como músico puro y duro –con la guitarra al hombro o sentado frente al piano– y menos como mero `showman' –que tampoco está mal, ni mucho menos–. Pero quien esto escribe prefiere por lejos a la banda de sus inicios, más sencilla e ín
tima, que a la versión de estadio y activista en la que han ido mutando con los años.
Como fuese, el espectáculo nunca decayó. Con “A Sky Full of Stars”, acertadamente le pidieron a la gente guardar por unos minutos sus teléfonos. Y en otro momento subieron a una fan al escenario para cantarle “Til Kingdom Come”.
¿Qué se le puede objetar a una banda que llega a darlo todo, como si fuera el último show de sus (y nuestras) vidas? Pues casi nada. Porque cuando se entregan orgánicamente a la música, y hacen a un lado su tendencia a la campaña social, parecen volver a esa playa solitaria de sus inicios, soportando la lluvia y esperando ver las estrellas.