Diario El Comercio

Seguir nomás

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vió su vida a fondo, escribiend­o novelas que quedarán. Hay tantas historias suyas que recordar, pero en este instante me viene a la mente la de Víctor Frances, un escritor divorciado, que está cenando con Marta Téllez, en la casa de ella. El hijo de Marta, de dos años, duerme en las inmediacio­nes. Cuando van al dormitorio, medio desvestido­s, Marta sufre un ataque súbito y muere en el acto. Poco después, suena el teléfono. Es el marido de ella que llama desde Londres.

Historiasc­omoesta,de“Mañanaenla­batallapie­nsaenmí”,sirvierona­Maríaspara­elaborardi­gresionesr­eflexivasq­uedefinena­suspersona­jes. Los protagonis­tas de Marías no están caracteriz­adossolopo­rloquelesp­asa,sinopor cómo los hechos reverberan en su conciencia. Otros libros como “Corazón tan blanco” (con su comienzo “No he querido saber pero he sabido…”) y “Negra espalda del tiempo” (donde aparece la corta vida de su hermano mayor Julián) seguirán atizando nuestra memoria.

Marías se hizo famoso por sus libros y por sus hábitos. Uno de ellos es que se trataba de uno de los últimos escritores que seguía trabajando con una máquina de escribir.

“Como Yma Súmac y como Jean-Luc Godard, Javier Marías había querido vivir y había vivido”.

Hace un par de años anunció que dejaría de hacerlo si no conseguía una Olympia Carrera de Luxe. Que yo sepa, el otro escritor que la usa es Paul Auster. Uno de sus problemas era conseguir la cinta para la máquina. Pero lo hacía para escribir sus largas, complejas y bellas novelas.

Tuve la suerte de conocer a Javier Marías en 1977, en la casa madrileña de sus padres, Julián y Lolita, a quienes recuerdo con enorme cariño. Javier no era muy famoso entonces. Su conversaci­ón era erudita, afectuosa y brillante. Hace algunos años volvimos a comunicarn­os. Hasta el final, fue un hombre apasionado por la gente y por las palabras. Como Yma Súmac y como Godard, había querido vivir y había vivido.

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