El nuevo disco póstumo de David Bowie
El celebrado documental “Moonage Daydream”, sobre la leyenda británica del rock, llega con un interesante álbum de remezclas.
Semanas antes de morir, David Bowie se despidió del mundo con su última gran performance: una sesión de fotos vestido de negro –como para ir a un funeral– y un disco, “Blackstar”, que debía ser el punto final a una obra discográfica de cinco décadas, caracterizada por la ruptura de esquemas y el éxito comercial. Lo que pasó es que en la industria los muertos no descansan. Desde ese 2016 hemos visto llegar decenas de lanzamientos póstumos, entre discos en vivo, material inédito o descartado con fines más alimenticios que otra cosa.
El reciente “Moonage Daydream” (2022) se añade a esa lista con la novedad de ser el acompañante sonoro del documental del mismo nombre estrenado esta semana. Antes que una compilación de éxitos, este álbum doble es uno de remezclas. Esto es, que muchas de las viejas canciones de Bowie han sido desarmadas y remontadas de forma distinta, para proponer algo nuevo. En algunos casos, los menos interesantes, la tarea se limita a proponer una nueva imagen estéreo, con los instrumentos reubicados y con nuevos énfasis.
Es una ruta similar a la entablada por The Beatles y Soda Stereo, en los discos que sacaron para acompañar sus shows con el Cirque du Soleil. “Moonage Daydream” no llega a ser tan radical, pero gana cuando propone cosas menos obvias. Tómese de ejemplo el primer single del proyecto, el archiconocido tema “Modern Love”, de 1983, al que se le apaga la batería para dejarlo primero como una pieza de piano; luego pone la luz sobre un bonito pasaje de saxos, perdido en el original, y recién al final estalla con la banda completa.
Dicho esto, “Moonage Daydream” es un disco para fans, no recomendable para quien se quiera iniciar en la obra del gran camaleón del rock. Hay momentos de gran interés histórico, como ese medley de “Jean Genie”, con su guiño al “Love Me Do#, de The Beatles, que fue grabado en la última gira de Ziggy Stardust, en 1973. Hay rarezas como una versión temprana de “Quicksand”, y está también la voz de Bowie, nuestro instrumento favorito, a la que se la oye de rato en rato, envuelta en reflexiones y citas, e incluso canturreando una despedida juguetona a sus oyentes, en un final que llega a conmover.