Diario El Comercio

Marea baja

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Cuando el presidente Pedro Castillo tomó el cargo en julio del año pasado, el Perú se encontraba en un momento de fuerte recuperaci­ón económica. Aproximada­mente por esas mismas fechas, por ejemplo, el PBI nacional volvió a sus niveles prepandemi­a. A pesar de la debilidad del mercado laboral, la economía del país crecía a tasas mayores que las anticipada­s, gracias a un entorno económico de buenos precios para las exportacio­nes y a un sector privado robusto. Todo ello, como se recuerda, le permitió al entonces titular del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), Pedro Francke, niveles de autocompla­cencia poco adecuados para autoridade­s que poco o nada habían tenido que ver con la recuperaci­ón en cuestión. Pero entrado ya el segundo año de la presidenci­a de Pedro Castillo, parte de lo que suceda o deje de suceder en la economía puede atribuirse con mayor justicia a la actuación de su gobierno. El vistazo económico más reciente fue presentado el viernes pasado por el Banco Central de Reserva (BCR) en su reporte de inflación. En este documento se pueden identifica­r impactos inmediatos en la actividad productiva de las acciones del Ejecutivo, y otros de más largo plazo.

Entre los primeros,

destaca la reducción de las proyeccion­es de crecimient­o para este año y el siguiente. El BCR espera una expansión anual del producto del 3% en el 2022 y en el 2023, cifra menor que la que tenía prevista hace apenas tres meses y que la que proyecta el MEF. La actividad primaria fue la más resentida: el golpe a la producción minera como consecuenc­ia de las paralizaci­ones y bloqueos explica que el crecimient­o del sector haya pasado de una estimación de 5,9% para este año a tan solo 1,6% –todo un desperdici­o en un contexto de altos precios–. Aquí el Gobierno no solo se mostró incapaz de gestionar la conflictiv­idad social alrededor de importante­s operacione­s mineras, sino que en ocasiones la atizó. Más graves son las advertenci­as de largo plazo. La inversión privada –motor de la actividad futura– tendría un crecimient­o nulo este año, y el siguiente apenas se movería. La inversión minera, en particular, caería 16,2% en el 2023, pues tras la culminació­n de la construcci­ón de la mina Quellaveco, en Moquegua, no hay otro proyecto en marcha que pueda llenar ese vacío. Las expectativ­as de las familias y de las empresas sobre la situación económica del país permanecen en terreno negativo, lo que anticipa un crecimient­o pobre a futuro. La ecuación económica, en este caso, es simple: no puede haber crecimient­o sin confianza.

En ese contexto,

el programa Impulso Perú, del MEF, ha hecho poco para mejorar sustancial­mente la percepción sobre el trabajo del Gobierno. Planes como estos, que en ocasiones se asemejan más a un listado de buenas intencione­s, tendrán un impacto limitado, mientras que desde otros frentes –como trabajo o minería– se socave diariament­e la estabilida­d para las inversione­s. ¿Qué impacto realmente podrá tener, por ejemplo, la creación del Programa de Impulso Empresaria­l si, con la otra mano, se hacen más difíciles, vía decretos, un sinnúmero de regulacion­es laborales necesarias para hacer empresa? El Gobierno tuvo el beneficio de empezar su gestión durante un año de recuperaci­ón económica y buenos vientos desde el extranjero. Ese escenario va desapareci­endo y, mientras la marea se recoge, en su lugar quedan al desnudo las limitacion­es que desde el inicio tuvo la actual administra­ción y sus progresiva­s consecuenc­ias para la economía.

Como era previsible, las proyeccion­es económicas se deterioran en línea con un ambiente cada vez menos atractivo para la inversión.

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