Diario El Comercio

Crisis de representa­ción

- Miró FRANCISCO Quesada Rada Exdirector de El Comercio

Como se sabe, la mayoría de las democracia­s en América Latina está pasando por una crisis de representa­ción. También está presente en algunos países de Europa, Asia, África y en los Estados Unidos. Esta crisis se debe aquel a mayoría de los ciudadanos des legitima políticame­nte a los gobernante­s y legislador­es. Por ejemplo, en el caso peruano, esta deslegitim­idad es profunda y acelerada. También se debe a la credibilid­ad. Millones de personas no creen en los políticos, sean candidatos o autoridade­s. Tampoco en los funcionari­os del Estado, sean ministros o empleados públicos. Entre la des legitimida­d y el descrédito, hay otro factor que agudiza esta crisis: la corrupción, un fenómeno sobre el que ahora, debido alas denuncias de los medios de comunicaci­ón, la población está más entera da.

La falta de legitimida­d política, el descrédito y la corrupción, son, a mi modo de ver, los tres factores coyuntural­es de la crisis de representa­ción en América Latina y el Caribe, aunque, como siempre, hay excepcione­s. Para muchos, intervenir en política es dejar de ser, automática­mente, decente y moralmente correcto.

La crisis de la democracia en América Latina y el Perú tiene antecedent­es históricos que, en su mayoría, continúan vigentes. Estos antecedent­es le han causado y le causan un terrible daño a su desarrollo integral. Estos son, entre otros, la herencia autoritari­a, heredada desde la colonia, el caudillism­o, el péndulo del poder, que felizmente no se ha manifestad­o en este siglo, el clientelis­mo y el secretismo. Son virus que se resisten a la vacuna democrátic­a. Pero a estos virus, poco apoco, se le van incorporan­do otros como la in fo cracia,l aneo plutocraci­a, la meritocrac­ia y el dataísmo.

La infocracia, tal y como explica el filósofo Byung-Chul Han, se produce por el cortoplaci­smo general de la sociedad de la informació­n, que está desfavorec­iendo a la democracia. Ello significa que el ritmo de la deliberaci­ón y participac­ión política en estructura­s de poder democrátic­as, como son los debates y aprobacion­es de leyes, entre otras prácticas democrátic­as, necesitan un tiempo más o menos largo para la fundamenta­ción. La democracia deliberati­va está siendo excluida por la infocracia, que tiene un ritmo más corto, rápido e inmediato, donde predomina una opinión ligera sin fundamenta­ción.

Lo mismo sucede con la neoplutocr­acia. Esta reduce, por diversos medios, una visión mercado-céntrica de las relaciones humanas y ha generado una grave concentrac­ión de la riqueza a nivel mundial. Un estudio hecho por Oxfam confirma que las 85 personas más ricas del mundo acumulan una riqueza equivalent­e a la de 3.5000 millones de pobres.

También, como se sabe, América Latina es la región más desigual del mundo, pero no la más pobre.

La democracia está amenazada por la desigualda­d. En cuanto a la meritocrac­ia y el dataísmo, íntimament­e relacionad­os, se trata de una élite que concentra el poder del Estado amparada por su especialid­ad en los cargos que ocupa. En este caso hay una doble concentrac­ión del poder: la que otorga el cargo y la que otorga el conocimien­to. Por lo general, sus decisiones se reduce nada tos numéricos. Priorizan la cuantifica ción,dat os que son muchas veces lejanos de la vida común y corriente de la mayoría, produciénd­ose una distancia entre el experto “que sabe” y la mayoría “que no sabe”. Una distinción discrimina­toria que excluye y, por eso, la meritocrac­ia es antidemocr­ática. El dataísmo es la ideología de la meritocrac­ia. Estono significa negar el valor de los datos en una investigac­ión y que ellos no son importante­s para la toma de decisiones, pero muchas veces la meritocrac­ia cae en el hiperfactu­alismo; es decir, que “los hechos son los hechos” y punto, sin explorar otras alternativ­as mejores oque superen esos hechos. Entonces, de viene un conservadu­rismo técnico y científico que genera el atraso económico, social, político y cultural.

Sin embargo, a pesar de estas amenazas, la democracia se mantiene, aunque herida. Como se sabe, las heridas se curan. Y la cura, en este caso, es que haya más democracia, profundizá­ndola para superar sus falencias. La democracia es un proyecto universal inacabado y los que creemos en ella tenemos la obligación moral no solo de defenderla, sino también de alentarla, promoverla, construirl­a o reconstrui­rla, todas las veces que sea posible.

“La democracia es un proyecto universal inacabado y los que creemos en ella tenemos la obligación moral no solo de defenderla, sino también de alentarla”.

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ILUSTRACIÓ­N: VÍCTOR AGUILAR
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