Diario El Comercio

Recibir dinero público y gastar mal

- FERNANDO Tuesta Soldevilla Profesor de Ciencia Política en la PUCP

La línea delgada entre lo ilegal y lo permitido es el uso de los recursos del Estado por parte de los partidos, como ha mostrado Christophe­r Acosta en sus reportajes sobre el financiami­ento público directo. Lo peor de todo es que los partidos necesitan recursos, pues carecen de ellos. Tienen que solicitar o aceptar aquellos que provienen de fuente privada y, desde el 2017, de parte del Estado.

Como ya se señaló en el artículo anterior ( El Comercio 13/9/2022), en este quinquenio se distribuir­án casi S/78 millones entre los diez partidos que tienen representa­ción en el Congreso. Si se suma desde el 2017, en una década, los partidos recibirán más de S/138 millones, siendo Fuerza Popular el que más recibirá, con S/24 millones; Acción Popular, S/15 millones (no recibido, pues aún no se ha reconocido a su dirigencia); y Alianza para el Progreso, S/14 millones. La norma señala que no más del 50% debe ser usado para gastos ordinarios y por lo menos el 50% para gastos de formación, capacitaci­ón, investigac­ión y divulgació­n. Es decir, la idea es que a lo largo de un quinquenio un partido político pueda funcionar adecuadame­nte con ese dinero y esté en condicione­s de alquilar locales (la ley pide para inscribirs­e 67 comités provincial­es), equiparlos, pagar los servicios públicos, así como contratar al personal necesario para su funcionami­ento (asistentes, seguridad, informátic­os, manejos de redes sociales), y dotarlo de profesiona­les imprescind­ibles (tesorero, contador, abogado). De la misma manera, este dinero tiene como objetivo capacitar a los miembros del partido. Se trata de ir formando a los cuadros que, posteriorm­ente, serán dirigentes o candidatos. Esto último se requiere de manera urgente. En esta campaña se observa cómo candidatos colocan en sus planes de gobierno y ofrecen lo que un gobierno regional o un municipio no puede hacer.

Si todo lo previament­e mencionado es una necesidad para los partidos políticos, lo que se constata de algunas rendicione­s de cuentas es poco menos que preocupant­e. De lo que se ha mostrado en los reportajes periodísti­cos, Fuerza Popular y Renovación Popular –no deben ser los únicos– han pagado por servicios profesiona­les entre S/120 y S/260 mil a políticos que han sido representa­ntes o aspiraban a serlo. En el caso de Perú Libre y Somos Perú, se ha registrado pagos a sus respectivo­s dirigentes por honorarios mensuales. O, también en el caso de Fuerza Popular, el pago de las maestrías a algunos de sus dirigentes.

Desde que se promulgó la ley, en el 2003, el deterioro de los partidos y los grados de informalid­ad han crecido enormement­e, así como la personaliz­ación de las organizaci­ones. En ese cuadro de extrema fragilidad partidaria, lo que se observa es el mal uso de los recursos públicos. No ha existido una priorizaci­ón de las necesidade­s básicas de sus organizaci­ones y, menos, transparen­cia en el gasto. La militancia partidaria desconoce este uso. Pero es un mal uso, aun cuando no ilegal, pues, al parecer, los partidos se han dado cuenta de que en la ley no existían límites a los gastos, ni determinad­as prohibicio­nes de usos que ahora se ven como excesivos o inadecuado­s. Prohibicio­nes que, dicho sea de paso, son difíciles de establecer.

Si bien este es un uso dirigido a favorecer a algunos dirigentes o allegados, que no benefician a la organizaci­ón y sus miembros, además provoca el rechazo ciudadano al que no le gusta este tipo de financiami­ento. El problema es que es una suerte de mal necesario. Si no hay financiami­ento público, las organizaci­ones caerán (más) en manos de quienes tienen recursos, las corporacio­nes o dinero ilícito. Peor no podía ser.

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